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jueves, 15 de diciembre de 2011

Padre Gabriele Amorth: una vida consagrada a la lucha contra Satanás


Desde la encomienda de Barcelona recobramos el apartado dedicado a profundizar en la importancia que tiene el conocer las experiencias demoníacas que han sufrido algunas personas por diferentes motivos.

El tremendo tormento que describen algunas de estas personas cuando han sido víctimas de los ataques de las fuerzas del mal, debería de concienciarnos de la importancia que tiene el llevar una vida en Cristo.

Gracias a las vivencias adquiridas durante decenios por el padre y exorcista de Roma, pater Gabriele Amorth, que publicó en su libro “Memorie di un esorcista – La mia vita in lotta contro Satana -” nos acerca al escalofriante mundo del príncipe de la mentira.

Desde Temple Barcelona os aconsejamos su atenta lectura.

Almas de difuntos

En sus exorcismos, ¿se ha encontrado alguna vez con almas de difuntos?

Sí. Una vez planteé esta pregunta en un congreso, y preparé una circular donde los exorcistas que participaron, todos ellos con muchos años de experiencia, escribieron sus respuestas. Pocos contestaron que no; la mayoría dijo que sí. Yo también me he encontrado con almas de condenados; no de simples difuntos, sino de condenados. Y siempre he visto tras ellas a un demonio que las dirigía. Es decir, son esclavas de Satanás, están a la merced del demonio y éste las envía a infestar a las personas.

El demonio daba órdenes y las utilizaba para perturbar a las personas. Yo siempre las descubría al pedirles que me dijeran su nombre. No lo querían decir (su voz se transforma en un gruñido, para imitar al poseído); a veces, yo les sugería un nombre, y caían en la trampa. Solían ser los más comunes, Satanás, Lucifer, también Asmodeo y muchos mas, como Belcebú… Cuando tienen nombres bíblicos, son poderosos; otros tienen pocos poderes, y es fácil expulsarlos rápidamente. Pues bien, los condenados, al final, se veían obligados a decirme: Sí, soy tal o cual. Y cuando yo preguntaba con insistencia: “¿Quién te guía? ¿Quién te da órdenes? ¿Quién te dirige?”, al final lograba que me dijeran su nombre, e incluso hablaba con el demonio y lo exorcizaba.

De modo que pueden utilizar almas de condenados…

Según mi experiencia, sí. Y también según otros exorcistas muy conocidos, como el padre Matteo La Grua, un gran exorcista siciliano, ya muy anciano, que vive en Palermo. Tiene noventa y cuatro años; ahora sólo bendice, ya no hace exorcismos. Él también se encontró con almas de condenados. Y también podría relatar la experiencia del padre Antonio, ya fallecido, que era exorcista en Benevento y me contaba historias impresionantes en este sentido.

En cuanto al problema de las presencias, a lo largo de mi modesta experiencia siempre he notado la presencia del espíritu maligno, tanto en los pocos casos de posesión como en los numerosos casos de infestación personal o local. En un solo caso, el espíritu declaró ser un alma condenada y reveló su nombre y apellido, las circunstancias de su muerte y el motivo de su presencia en aquel hombre; pero, tras un exorcismo que parecía resolutivo, no volví a saber nada de él. ¿Cómo interpretar ese caso? El demonio puede disfrazarse de alma condenada, tal como afirma el Ritual. Con respecto a las almas del purgatorio, estoy de acuerdo con lo que suele decirse: son almas santas y no pueden hacer daño.

No ven al demonio pero sufren

¿Sus pacientes le dicen cómo ven al demonio?

No lo ven, sólo padecen grandes sufrimientos. El paciente común suele recorrer el siguiente itinerario: siente muchos dolores, sobre todo en la cabeza y el estómago, y lo primero que hace es ir al médico. Los médicos le dan tratamientos, pero no le resuelven el problema; entonces le sugieren que vaya al psiquiatra. Por lo general, si hay algo maléfico, el psiquiatra tampoco puede hacer nada.

El paciente empieza a sentir una repulsión hacia la religión, aunque antes fuera religioso. Ya no puede ir a la iglesia, asistir a misa ni comulgar. Luego nota dolores mientras rezan por él. Las personas que tienen dolores suelen seguir un tratamiento médico y ni siquiera se les ocurre que su problema pueda ser cosa del demonio.

A veces, un día asisten a una misa de liberación o de curación. Durante la plegaria de curación o liberación, la persona, de repente, cae al suelo, grita, se retuerce…Eso significa que hay una presencia, que sus dolores tienen un origen maléfico.

Todo ello sucede con frecuencia. Es importante tener buen discernimiento, porque, cuando oficio o participo en grandes misas de curación o liberación, siempre veo personas que gritan y se debaten; pueden ser histéricos o gente peculiar, pero también puede tratarse de algo serio. En varias ocasiones han venido personas desde lejos, por ejemplo, desde Sicilia, acompañadas de su exorcista. Este último me decía: “Mire, estoy exorcizando a éste”, y el paciente estallaba durante la plegaria. En tales casos sí existía una certeza.

En cambio, en otros casos, alguien que siempre había relacionado sus dolores con lo físico o médico, al asistir a estas misas puede darse cuenta de que tienen un origen distinto, y entonces empieza a pedir bendiciones o exorcismos.

Las bendiciones también son efectivas. Me gustaría que los sacerdotes bendijeran más. Si yo fuera Papa, concedería la facultad de exorcizar a todos los sacerdotes. El hecho de que un cura pueda consagrar, predicar y absolver pero no pueda expulsar a los demonios no es más que una limitación. Además, el exorcismo es una facultad incluida en el mandamiento de Cristo.

Un traje maldito

En mi opinión, el siguiente testimonio de una persona que consiguió una liberación total resulta muy esclarecedor.

“Enfermé hace muchos años. Tengo varios síntomas incomprensibles, que la ciencia médica no ha sabido diagnosticar. Sólo un exorcista ha podido liberarme de estos extraños dolores. La primera vez que los sentí fue justo después de ponerme un traje. La señora que me lo dio me instó a probármelo enseguida. Poco después, ya con el traje puesto, comencé a sentir una gran ansiedad. Mi voluntad estaba como paralizada, era incapaz de reaccionar o de hablar, y tenía otras sensaciones físicas tan raras como dolorosas. Todo mi cuerpo, hasta la cintura, se cubrió de enormes ampollas que me producían una quemazón insoportable; además se movían sin cesar, pasaban del rostro a la cintura cruzando los brazos y el torso. Estaba totalmente cubierto de ampollas y el fenómeno duraba muchas horas. Los exorcismos me liberaron de esto, aunque me quedaron las marcas; tenía el rostro desfigurado, tan hinchado que no podía abrir los ojos para mirarme al espejo. Después de los exorcismos recuperaba la paz y mi forma habitual. Sufría otros trastornos, como ataques de pánico inexplicables, parálisis o disentería repentinas, que los médicos no comprendían. Afortunadamente, me curé por completo gracias a los exorcismos.”

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