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viernes, 16 de diciembre de 2011

San Francisco de Asís ante el sultán


Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir un hecho que sucedió durante la quinta cruzada: la prédica del Evangelio por parte de san Francisco de Asís en las zonas dominadas por los musulmanes.

Para ello hemos seleccionado un texto del periodista Juan Ignacio Cuesta de su libro “Breve historia de las Cruzadas”, donde sintetiza el episodio relacionado con este santo italiano.

Desde Temple Barcelona deseamos que disfrutéis de su lectura.

Imagen de San Francisco de Asís.

Veamos cuáles fueron las peripecias del viaje legendario de un santo empeñado en convertir a los musulmanes.

San Francisco de Asís acompañó a los frany hasta Oriente con la intención de visitar al sultán. Dicen los cronistas que sintió una fuerte impresión asistiendo a una batalla que causó numerosas bajas entre los soldados cristianos. Buscó entonces al cardenal Pelayo Gaytán, a quien pidió permiso para visitar a Al-Kamil.

El español ni la autorizó, ni le disuadió. Francisco entonces, acompañado por fray Iluminado, consiguió una barca y cruzó el Nilo hasta el campamento de los agarenos, que no les recibieron entre aplausos precisamente. Sin embargo, la sospecha de que era portador de una embajada para su jefe hizo que fueran detenidos y conducidos a su presencia, aunque algo magullados por un cierto forcejeo con sus captores.

Cuando fue recibido, manifestó que llegaba por voluntad propia y que tenía la intención de mostrarle que la religión verdadera es la que él predicaba, proponiéndole una prueba exagerada. “Yo entraré en una hoguera. Si me quemo, será que soy un pecador, pero si me salvo, reconocerás que es mi Dios quien habrá impedido que el fuego me mate. Entonces te convertirás con los tuyos a mi religión”. El sultán sonrió considerando que el religioso era un hombre muy ingenuo, pero noble: “No voy a hacer eso, no quiero ser lapidado por los míos”.

Su sabiduría le indicó que estaba ante un hombre piadoso. Un futuro santo cristiano al que debía tratar con toda amabilidad y respeto, a pesar de sus creencias, que él juzgaba lógicamente equivocadas. Por eso, como primera medida ordenó a sus médicos que le atendieran convenientemente. Luego, permitió a los frailes predicar ante las autoridades religiosas musulmanas, que les escucharon con mucha atención, pero sin ninguna convicción.

Por supuesto no hubo conversiones, al menos entonces. Lo que sí sucedió es que criticaron mucho al sultán quienes pensaban que aquellos “infieles” debían ser decapitados según la ley coránica. Pero el mandatario les respondió haciendo gala de gran prudencia y sabiduría: “No condenaré a muerte a quienes vienen a hablarme de su Dios a riesgo de su vida”.

San Francisco se dio cuenta de la inutilidad de su empeño y decidió volver a la zona cristiana, tras rechazar los extraordinarios regalos que quiso hacerle Al-Kamel. Sin embargo, si aceptó un cuerno de marfil tallado, que hoy día puede contemplarse en la basílica del Santo. Con este objeto, un pasaporte real, podría ir libremente por donde quisiera y cuando le pareciera bien.

Cuentan que tanto le impresionó la personalidad de Francisco que, al despedirse, le dijo en voz muy baja: “Rezad al verdadero Dios para que me ilumine y me diga cuál es la ley o la religión que más le resulta de agrado.” Al parecer, a partir de entonces se volvió un musulmán algo más piadoso y magnánimo.

Jean de Brienne, que acabó su vida siendo fraile menor en Asís, donde está enterrado, hizo justicia con aquel hombre y reconoció públicamente que, tras la caída de Damieta, había recibido de él un excelente trato.

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