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miércoles, 25 de enero de 2012

Padre Gabriele Amorth: Una vida consagrada a la lucha contra Satanás


Desde la encomienda de Barcelona recobramos el apartado dedicado a explicar la batalla entre el bien y el mal que habita entre los hombres.

Gracias a la dilatada dedicación del exorcista del Vaticano, el padre Gabriele Amorth, reflejadas en su libro “Memorie di un esorcista – La mia vita in lotta contro Satana -”, podemos concienciarnos de la importancia que tiene el llevar una vida en Cristo para evitar encontronazos con el Maligno.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que su lectura os atrapará.

Vomitar cristales y clavos

¿Guarda usted objetos utilizados para hacer maleficios y objetos que se han materializado durante los exorcismos?

En mi habitación tengo más de dos kilos. Clavos, algunos así de largos [con un gesto, indica unos diez centímetros], muñecos de plástico, muchos trozos de hierro y objetos de todo tipo. Estos objetos se materializan en cuanto salen por la boca, tal como he podido ver y tocar. Eso significa que, si unos momentos antes de la materialización le hicieran una radiografía al paciente, no se vería nada. Y he visto cosas de un tamaño… ya le digo, ¡clavos así de grandes! Además, si uno quiere ser exorcista debe estar dispuesto a que le escupan continuamente.

Voy a contar un caso que resulta especialmente significativo en lo tocante a esta cuestión.

Me exponen la situación de un hombre de ochenta y cinco años, muy sano, según confirman los médicos, que fuma tranquilamente sus cuarenta cigarrillos al día. Se había casado y tenía un hijo. La mujer, yendo en bicicleta, chocó contra una tapia, tuvo una mala caída y murió. Su madre, es decir, la suegra del hombre, quería que éste se casara con su otra hija, una chica que anteriormente se había quedado embarazada de otro hombre. La madre la obligó a abortar y a tirar el feto por la alcantarilla. El hombre se opuso al proyecto de este segundo matrimonio. Para vengarse, su suegra, amante de las supersticiones y el ocultismo, encargó un hechizo de muerte contra su yerno. Encontraron un muñeco de trapo clavado en un trozo de madera, con el estómago lleno de fragmentos de vidrio de botella.

El hombre decide abandonar el pueblo de su difunta esposa para regresar al suyo. Y entonces empieza a sentirse mal: vomita y expulsa por el ano clavos y cristales, que también le salen del pantalón sin saber cómo; a veces, cuando se pone en pie, ve muchos alfileres clavados en el sofá. Esto continúa durante años. Se cae al suelo, le salen cristales y clavos hasta veinticinco centímetros de largo, gruesos como un pulgar. Los médicos no le encuentran nada, aunque ha vomitado cristales delante de ellos. En las radiografías tampoco sale nada. A veces repta por el suelo como una serpiente, o se cae como si lo sostuvieran, sin hacerse daño. El padre Candido lo exorcizó en dos ocasiones. Recibe exorcismos presenciales y a distancia, y tiene reacciones fuertes, blasfema y se debate. No suele ponerse violento, pero siente el intestino, las piernas y otras partes del cuerpo como clavadas; siente que los cristales lo cortan y hace esfuerzos para regurgitar y vomitarlos. Nunca se ha hecho daño con los cristales; en cambio, su hijo y yo nos cortamos levemente al cogerlos con la mano.

Ahora las cosas van mejorando. Por fin pudo comulgar y, desde entonces, no ha vomitado objetos ni se ha caído al suelo, pero aún no puede entrar en la iglesia, porque al llegar a la puerta siente una enorme fuerza que lo detiene.

Como vive en un pueblo alejado, lo que más recibe son exorcismos a distancia. En su casa se oían ruidos extraños y los objetos se movían solos. Durante un año, una persona que vivía con él no pudo salir de casa, pues cada vez que lo intentaba se quedaba paralizada. Exorcicé la casa y todas estas perturbaciones cesaron.

Tenía una niña grande. Un día vio una cepa cortada a la perfección. Pensó que alguien lo habría hecho para contrariarlo y, durante quince días y quince noches, sus familiares y él montaron guardia. Pese a todo, seguían apareciendo cepas cortadas; en dos semanas la viña quedó destrozada.

Compró una cabra de leche; en cuanto llegó a su casa pasó quince días sin comer ni beber. Tras una bendición (es decir, un exorcismo adaptado, poniendo óleo y agua exorcizados en la boca del animal), la cabra, que ya estaba a punto de morir, volvió a comer. En mi opinión, el origen de todos estos fenómenos es la negatividad que el hombre sigue albergando en su interior.

Un pacto en una tumba

Un día me llama una esposa en apuros. Voy a su casa con el cura que me había ayudado en otras ocasiones. Durante los dos días anteriores a mi visita, yo había llamado varias veces. Según me cuenta la mujer, su marido siempre sabía que era yo quien llamaba, incluso antes de que ella descolgara, y solía dedicarme una sarta de injurias.

El caso es que voy a su casa. Empezamos el exorcismo a las seis de la tarde y lo prolongamos hasta la liberación. Al ser dos, leemos juntos el Ritual y en algunos momentos nos turnamos. Le creemos más dificultades al demonio cuando rezamos juntos. Los familiares nos invitan a cenar, pero rehusamos, para que el ayuno contribuya a la liberación. Los padres y la mujer rezan en otra habitación; no queremos que presencien escenas dolorosas.

Durante las letanías, el marido cae en una especie de trance; reacciona visiblemente ante la invocación a Santiago. Un tal Santiago, que fue empleado en el bar donde trabaja nuestro paciente, le encargó a un brujo un maleficio contra el exorcizado con el fin de quitarle el puesto. Mucho después de la liberación, le contamos todo esto al paciente, tal como nos lo había relatado el diablo. El hombre dijo que, una noche, había percibido con claridad el instante en que el demonio había entrado dentro de él. Intentó luchar, pero era demasiado tarde. Según contó el demonio durante el exorcismo, hicieron un pacto escrito, y lo guardaron en una tumba. Tras una dura lucha, en la que debilitamos al diablo con la ayuda de sacramentales (agua y sal bendecidas, reliquias y medallas), nos responde con precisión, diciéndonos l pueblo, el cementerio y el sarcófago donde habían ocultado el papel. Al día siguiente, la mujer fue al lugar indicado; frente a la entrada, en un sarcófago vacío, encontró entre varios papeles dos hojas de cuaderno, sin ninguna escritura visible, y las quemó.

Tomo en mis manos el Ritual para seguir con el exorcismo, busco el punto donde me había quedado, y el poseído me dedica una sonrisa burlona. Además de proferir injurias, de vez en cuando vomita y nos escupe, pero estamos bien protegidos y nunca nos da. Ahora el demonio es muy débil; el hombre reza con nosotros y, en determinado momento, me dice que quiere confesarse. Lo confiese sin problemas. Tras el último exorcismo, las reacciones cesan. Es la una de la madrugada. Temiendo un engaño, empezamos el gran exorcismo. Esta vez no hay ninguna reacción.

Manchas negras

Un marido, su mujer y un sobrino regentan un supermercado con la ayuda de dos empleados. Poco después de haber abierto la tienda, todos sufren un persistente dolor de cabeza, acompañado de unas manchas negras en los brazos, en cuanto pisan el local. Las manchas se ponen rojas, empiezan a dolerles mucho y se extienden al cuello y los brazos, por todo el cuerpo. Uno tras otro los aparatos se estropean: el frigorífico, las cámaras del mostrador, la caja registradora… Manos invisibles cambian de lugar los productos. La puerta de entrada se atasca, o se abre sola. Siempre hay algo que no funciona, pero cuando llega el técnico va bien; una vez se ha ido reaparecen las averías.

Cuando me llamaron prometí que iría a bendecir el local, aunque les pedí que antes se confesaran y se comprometieran a seguir un camino de fe. Después exorcicé la tienda y a todo el personal para romper cualquier hechizo o maleficio que pudiera haber. Mientras rezaba coloqué unos vasos con agua bendita y sal en varios puntos del establecimiento. Al día siguiente, la sal de cinco vasos se había derramado hasta el suelo; en cambio, en los otros tres no ocurrió nada.

Según observaron los cinco protagonistas, la mujer del piso de arriba, que había intentado impedir por todos los medios la apertura de la tienda, entraba y salía sin comprar nada. Siempre se detenía ante el lugar donde estaban ocultos los vasos de los que se derramaba la sal, como si esperase descubrir algo. Habíamos esparcido sal exorcizada por todas partes y habíamos rezado mucho, repitiendo las renuncias a Satanás, las oraciones contra los maleficios y la renovación de los votos bautismales. Colocamos bien a la vista una imagen de Jesús Misericordioso y el personal adquirió el hábito de rezar una oración todas las mañanas, antes de empezar a trabajar.

Una vez, al entrar en la tienda, a mí también me salió una mancha en el brazo; primero era negra y después, roja, muy dolorosa. Me apliqué óleo exorcizado en el brazo y se me curó enseguida.

Después de cuatro exorcismos (y muchas oraciones, eso sí) acabaron todos los fenómenos y trastornos, la extraña mujer no volvió a aparecer y ahora en el supermercado trabajan en paz.

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