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viernes, 9 de marzo de 2012

Conociendo a Jesucristo: la limpieza del Templo


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el apartado destinado a conocer mejor a la figura tanto humana como divina de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias a la aportación del teólogo protestante J. R. Porter con su libro “Jesus Christ”, la visión del Hijo se nos hace entendible a los ojos de los hombres.

Esta vez, conoceremos a un Jesús malhumorado, casi nos atreveríamos a decir, con una cierta “mala leche” con los que utilizan el Templo para hacer negocio.

Desde Temple Barcelona, deseamos que su contenido os sea de utilidad.

Escena de un Jesús colérico, expulsando a los mercaderes del Templo.

Casi inmediatamente después de la llegada de su última visita a Jerusalén, en época de la Pascua, los evangelios sinópticos recogen el episodio en que Jesús causó un escándalo público en los recintos del Templo. Juan también recoge el episodio, pero lo ubica al inicio del ministerio de Jesús. Habitualmente, el episodio se conoce como “la limpieza”, pero lo que sucedió no es fácil de interpretar. Parece ser que Jesús atacó a los cambistas del monte del Templo, los cuales atendían a los devotos cambiándoles dinero, ya que las monedas romanas de circulación común no se aceptaban en las donaciones del Templo, por llevar imágenes del emperador –un dios romano- y otros símbolos idólatras. Asimismo, los cambistas vendían animales para el sacrificio (Mt 21, 12; Mc 11, 15; Lc 19, 45; Jn 2, 14-16).

Por una parte, no cabe duda de que Jesús protestaba contra el comercio que rodeaba el Templo. El historiador judío Josephus y textos rabínicos denuncian un cierto grado de corrupción e intriga entre el personal del Templo, que se hizo merecedor de la denuncia de Jesús: “Mi casa será llamada casa de oración, mas vosotros los habéis hecho cueva de ladrones” (Mt 21, 13 y paralelos, cita de 1s 56, 7).

Se ha sugerido que al llamar al Templo “una casa de oración”, Jesús estaba preconizando el final de las prácticas de sacrificio de la institución. La cita de Isaías apunta a una era futura, cuando (como la secta de Qumrán y otras creían) el Templo fuera reemplazado por una nueva y purificada institución. Puede ser que el propio Jesús compartiera este punto de vista.

Ciertamente, los evangelios sugieren que la actitud negativa de Jesús contra el Templo fue un factor decisivo en la posterior condena por parte de las autoridades sacerdotales. Se le acusó antes de que el sanedrín afirmara que él, personalmente, destruiría el Templo y lo reconstruiría en tres días (Mc 14, 58, 15, 29; Mt 26, 61, 27, 39; Act 6, 14). Pero el Nuevo Testamento considera esta acusación falsa y parece poco probable que Jesús hiciera realmente este tipo de afirmación. Su primera predicción de la destrucción del Templo (Mc 13, 2 y paralelos) no menciona que él esté involucrado e introduce la llamada “Apocalipsis sinóptica” (Mc 13, 5-37), con la predicción de una catástrofe general para Jerusalén.

La conclusión más acertada puede ser la de que Jesús, de alguna manera, hablaba en contra del Templo existente y que las autoridades religiosas entendieron este comportamiento violento como algún tipo de predicción de su destrucción. Ciertamente, las acciones de Jesús implicaban mucho más que la simple limpieza del Templo de las prácticas comerciales.

Juan y el “Nuevo Templo”

En su distinta presentación de la limpieza del Templo (Jn 2, 13-22), el Cuarto Evangelio desarrolla ciertos temas que sólo se nombran en los relatos de Mateo, Marcos y Lucas, Juan sitúa el incidente al principio del ministerio de Jesús, a pesar de que es más probable que su posición en los otros evangelios, poco antes de la detención de Jesús, sea históricamente correcta. Sin embargo, el Cuarto Evangelio se preocupa principalmente del significado teológico del suceso como ejemplo del juicio de Dios contra el judaísmo de la época, un juicio que el evangelista ve presente en las acciones de Jesús desde el principio. En Juan, la limpieza demuestra que la práctica religiosa israelita existente, centrada en un sacrificio de sangre, debe abolirse, un hecho resaltado por la expulsión de todos los animales de sacrificio (Jn 2, 15).

Al contrario que los otros evangelios, Juan no niega que Jesús habló de la destrucción y la reconstrucción en tres días del Templo, pero de forma característica ofrece su propia interpretación. Aquí, como se repite en este evangelio, “los judíos” no consiguen entender la verdadera importancia de las palabras de Jesús. Éstos las toman como referencia literal al edificio del Templo, mientras que en realidad Jesús se refiere “al templo de su cuerpo”, el cual sufrirá la muerte pero después la Resurrección (Jn 2, 21-22). A través de la muerte y la Resurrección de Jesús se alzará un nuevo Templo, la Iglesia. En otros pasajes del Nuevo Testamento (p.ej., 1 Cor 12, 27) se habla de la Iglesia como “el cuerpo de Cristo”. Representa una forma de devoción completamente nueva, “en espíritu y en verdad”, lo cual sustituye todas las formas previas (Jn 4, 19-26).

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