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miércoles, 21 de marzo de 2012

El Templo, edificio sagrado y edificio religioso: IIª parte.


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con la segunda parte dedicada a indagar en las características arquitectónicas de los templos cristianos.

Para ello hemos extraído un nuevo texto del que fuera escritor e investigador Xavier Musquera de su libro, “La aventura de los templarios en España”.

Desde Temple Barcelona confiamos en que este apartado os haya gustado.

Planta de la catedral de Barcelona con su brazo en forma de cruz.

Todo el universo es, al mismo tiempo, una entidad espiritual, un ser anímico y con corporeidad manifestada, fuera de él nada existe. El edificio sagrado posee unas pautas en su elaboración que representan las estructuras y el orden existentes en el cosmos. Es entonces cuando la arquitectura del templo, al ser una representación del universo, se convierte en una Imago Mundi.

Este centro, en el que se produce esa comunicación con lo divino, no depende de las dimensiones del edificio, sino de su configuración. Desde la ermita más humilde, hasta la catedral más impresionante.

El templo cristiano medieval acostumbra a ser una cruz rebatida en el plano y orientada según los cuatro puntos cardinales. Esta cruz es el despliegue de un cubo (seis caras) que marca las seis direcciones del espacio, al igual que los seis días de la creación, equivalentes a un tiempo sagrado.

La relación que poseían estas construcciones con los puntos cardinales, los cuatro elementos y su orientación con respecto a las constelaciones formaba con el diseño zodiacal un conjunto indivisible. Por aquel tiempo, Astrología y Astronomía eran una misma ciencia y llegaban a la conclusión de que si todo se encuentra bajo los designios de Dios, en consecuencia, los astros se moverán según leyes divinas. La importancia de los astros resultaba evidente para el hombre de la Edad Media, convencido de que éstos guiaban sus acciones.

En aquella época, era muy importante la entrada de la primavera, cuando hacía su aparición el signo de Aries, que era el tiempo de la Pasión de Jesús el Cristo, según el calendario litúrgico. Por ello, en numerosas construcciones pueden observarse las imágenes de un carnero en lo alto de bóvedas, baptisterios, capiteles, tejados o campanarios. Tengamos presente que la constelación de Aries es una de las más claras del firmamento y es observable a simple vista. No es de extrañar, por tanto, que numerosas iglesias y catedrales estén orientadas hacia constelaciones, con lo que se indica el orden del universo en estas edificaciones dirigidas al Arquitecto supremo.

Las construcciones medievales son fieles exponentes de las formas de pensamiento de la época. Dios, creador del universo, es ante todo orden y le corresponde a la arquitectura la capacidad de representar dicho orden a través de las proporciones y las matemáticas de la geometría.

Desde un principio, el cristianismo tuvo que elegir entre las dos corrientes artísticas que confluían en aquel tiempo. De una parte existía la corriente helenística, que no concebía la divinidad sino que la esculpía para darle forma, y, por otra, la judía, que era fundamentalmente anicónica, es decir, contraria a las imágenes. La disyuntiva se resolvió al buscar un simbolismo indirecto que fuese más allá de la apariencia representada. Así fue como apareció, por ejemplo, además de una fauna auténtica, real, que en ocasiones representaba a la autóctona, otra de aspecto desbordante de fantasía, híbrida o más bien monstruosa.

El románico es tal vez uno de los estilos en los que más abundan las representaciones de animales. Una fauna casi infinita desfila ante los ojos de aquel que contempla capiteles, metopas, canecillos y todos aquellos elementos arquitectónicos que son considerados como ornamentales.

Es entonces cuando los gremios artesanales de los maestros constructores entran en escena y ofrecen al buscador de verdades trascendentes las claves necesarias para adquirir saberes y conocimientos vetados para la época.

Aquellos que participan en su realización lo hacen conscientes de la existencia de una doble lectura: la primera va dirigida al pueblo llano, la segunda a los iniciados. Con la primera, el clero asegura su poder temporal y espiritual, que se consagra únicamente en las enseñanzas religiosas. La segunda, secreta, permite a los hermetistas leer en la piedra esculpida los arcanos de la gran obra alquímica.

Para una inmensa mayoría, la simplicidad en la interpretación era suficiente para poseer conceptos básicos como vicio y virtud, o pecado y castigo. Pero más allá se hallan claves que tan sólo unos pocos sabían descifrar.

Desgraciadamente, con el tiempo, muchos símbolos vieron cómo iba cambiando su significado, hasta que algunos de ellos, que en un principio fueron de signo positivo, llegaron a convertirse en negativos.

Era necesario poseer un conocimiento preciso de los símbolos y de su correcto significado, así como un sincretismo que pudiera aglutinar principios y leyes más allá de corrientes filosóficas o religiosas, pero había siempre que ocultar estos conocimientos universales para no transgredir la aparente ortodoxia de su obra. La Iglesia, poder supremo, no podía admitir enseñanzas que no fuesen las transmitidas por ella. Cualquier otra, por trascendente que fuera, tenía o bien un origen pagano, o bien uno demoníaco.

Hay que observar con detenimiento las obras realizadas por estas hermandades de constructores y quitarles esa leve capa de barniz cristianizante para levantar un poco el velo de Isis y ver más allá de lo aparente. Sólo así podremos conectar con la esencia del mensaje y penetrar en el mundo de la gnosis, del conocimiento no revelado que se adquiere sólo con esfuerzo.

Lo citado anteriormente no ha sido tan sólo una breve exposición de los conceptos y las ideas que motivaron la construcción de estos edificios en la Edad Media, sino que también ha pretendido ofrecer el contexto en el que se desarrollaron. Tener una idea general de cuál era la mentalidad de aquellas gentes nos permitirá un acercamiento más preciso sobre la que podía poseer la Orden del Temple.

Si la astrología, la alquimia y otros conceptos tradicionales estaban vigentes, tendremos ya algunas bases para emprender esa búsqueda en pos de esas posibles huellas templarias.

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