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martes, 10 de abril de 2012

Maestros constructores, historia, mito y leyenda


Desde la encomienda de Barcelona retomamos la normalidad, después de haber celebrado entre hermanos, la Semana Santa en la localidad de Alcobendas (Madrid). Estamos preparando una crónica que intentaremos subirla a la mayor brevedad posible.

Mientras tanto hemos encontrado interesante el compartir con todos vosotros un texto del desaparecido Xavier Musquera, donde nos habla de los maestros constructores y que hemos extraído de su obra “La aventura de los templarios en España”.

Desde Temple Barcelona esperamos que su contenido lo encontréis atractivo.

Imagen de uno de los símbolos de la masonería.

El mito fundacional de los maestros constructores se retrotrae a la época del rey Salomón. El monarca tenía que llevar a cabo la promesa que hizo a su padre, el rey David, de erigir un templo para mayor gloria de Yahvé. Pero Salomón tuvo que acudir al rey de Tiro, puesto que en su reino, Israel, no existían constructores con la maestría necesaria para llevar a cabo dicho proyecto.

El rey de Tiro mandó a su maestro de obras, Irma o Adonhiram, según las versiones. Éste formó a los distintos gremios de profesionales, que tardaron siete años en la construcción del Templo de Salomón.

Donde finaliza el retrato bíblico comienza la leyenda del maestro Hiram. El maestro otorgó la palabra de paso o contraseña a aquellos que obtenían el grado de maestros en su especialidad y se convertían en perfectos artesanos. Se cuenta que tres de entre ellos no alcanzaron este grado y, furiosos, decidieron por la fuerza conocer esas palabras de paso. El maestro Hiram, al negarse ante tal petición, fue muerto por sus tres discípulos.

Hoterfut golpeó con su nivel a Hiram en el pórtico de Oriente. Stechin le golpeó con una regla en la puerta de Occidente y el tercero, Holem, golpeó al maestro con un mazo en la puerta Sur.

Los restos del maestro Hiram fueron enterrados por separado: su cuerpo en una parte, sus hábitos en otra y finalmente su vara, símbolo de su mando, en otra. Dice la tradición que una rama de acacia, árbol considerado sagrado por la masonería, surgió de cada fosa para permitir así recuperar sus despojos y su abacus.

Esta leyenda es semejante a aquella perteneciente al mito isiaco en la que se recuerda cómo la hermana y a la vez esposa de Osiris recorre tierras del Mediterráneo en busca de los restos de su cuerpo esparcidos por el traidor Set.

A partir de aquí, el seguimiento histórico resulta indeterminado y confuso. Cuando empieza a recuperarse el hilo conductor en la existencia de estos gremios artesanales nos encontramos en pleno siglo XI y especialmente en el siglo XII. Es en este período cuando se produce un renacimiento medieval. Las fraternidades constructoras, la realeza y la Iglesia emprenden programas arquitectónicos. Lamentablemente, pronto surgen desavenencias entre las autoridades y los gremios artesanales, que coinciden con la creciente degradación que se observa en el seno de la Iglesia y la aparición de una nobleza cada vez más pujante. Así es como dichos gremios buscarán un acercamiento a las órdenes religioso-militares y será precisamente la Orden del Temple la que dará cobijo a estos artesanos, a los que protegerá de los abusos de la nobleza y de la Iglesia.

Son conocidas tres corrientes tradicionales de gremios artesanales. Los Hijos del Padre Soubise, que estaban bajo la protección de la Orden Benedictina, los cuales construyeron los mejores monumentos románicos. Los Hijos del Maestro Jacques, corriente que tal vez impulsó las catedrales de Chartres, Amiens y Reims, así como la impronta que dejarían a lo largo del camino la peregrinación a Santiago.

Cuenta la tradición que el maestro Jacques, nacido en una pequeña localidad del Midi francés denominada Carte, la actual Saint-Romilly, fue hijo del maestro de obras Jacquin, que alcanzó el grado de maestro tras sus viajes a Egipto, Grecia y Jerusalén, donde habría realizado las dos columnas del Templo de Salomón, una de las cuales es denominada la columna de Jacquin.

Finalmente está la corriente conocida como los Hijos de Salomón, cercana a la Orden del Cister y en consecuencia a la Orden del Temple. Esa rama gremial ha sido considerada la impulsora del Estilo Gótico. Tras la disolución de los templarios en el siglo XIV, estos constructores pasaron a la clandestinidad y se tiene la sospecha de que algunos de ellos se integraron en la francmasonería, origen de la masonería moderna.

A principios del siglo XII, los canteros y albañiles no habían dejado de ser obreros, pero en cambio habían conquistado libertades y empezaban a organizarse. Consiguieron el derecho a tener su logia, es decir, un lugar a cubierto en el que trabajar y guarecerse de las inclemencias del tiempo y en el que poder celebrar sus asambleas en privado.

Pronto empezaron a experimentar un sentido de dignidad, incluso de orgullo, al reconocer la importancia de su oficio. Terminaron por formar una auténtica hermandad y con ella se organizaron.

A mediados del siglo XII, la logia de los constructores se convirtió en escuela con biblioteca y archivo para la conservación de planos, ya que hasta aquel momento eran inexistentes. El Gótico, con su extraordinaria complejidad, vino a complicar su trabajo y fue necesaria su confección.

Cuando un cantero itinerante les visitaba, describía los edificios en los que había trabajado, así como aquellos que había observado en su camino. Les enseñaba bocetos y dibujos y les contaba sus técnicas constructivas. Las logias se ocupaban de hacer copias y de distribuirlas entre ellas.

Cuando llegaba un viajero, daba tres golpes en la puerta principal, la abría y gritaba: “¿Trabajan aquí constructores?”. Después la cerraba y aguardaba. Los que estaban dentro se quitaban el mandil, se ponían el jubón, se calaban el gorro y se aprestaban a recibir al huésped en el comedor o en el salón. Uno de ellos tomaba un cincel como símbolo de bienvenida y salía a recibirle. Se intercambian saludos, se daban un apretón de manos y, si consideraba que todo estaba en regla, entonces era admitido. A finales del medioevo, las logias también servían de posadas, bancos y caballerizas para sus propios hermanos. Con el fin de reconocerse entre ellos y evitar que nadie pudiera hacerse con sus conocimientos crearon complicados ritos y convirtieron su oficio en secreto.

Para ingresar en los gremios medievales se precisaban determinados requisitos y largos períodos de formación, tanto profesional como intelectual. Se pasaba del grado de “aprendiz” hasta ascender al de “oficial”. Tras duro trabajo y perfeccionamiento, y después de demostrar sus cualidades y aptitudes ante las más altas jerarquías de la logia, se recibía el tan anhelado título de maestro y se era considerado en aquel momento como un “compañero”. Comenzaba entonces un largo peregrinaje que podía durar largos años, incluso toda una vida, en pos de nuevos conocimientos que se adquirían con las obras de otros compañeros constructores.

Ser compañero era toda una filosofía y un comportamiento de vida. Lo importante era la obra a realizar para la posteridad y no la fama o el protagonismo. Por esta razón, la mayoría vivieron en el más completo y absoluto anonimato y se desconoce en la mayoría de casos quiénes eran. Son escasísimas las biografías que pueden consultarse al respecto, ya que la aparición de un nombre no es prueba de autenticidad, pues presumiblemente dicho nombre sea en realidad iniciático. Cabe añadir incluso que un mismo nombre podía ser utilizado por varios compañeros por tratarse de un nombre tradicional de oficio.

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