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jueves, 3 de mayo de 2012

Conociendo a Jesucristo: la Ascensión




Desde la encomienda de Barcelona volvemos al apartado dedicado a conocer mejor a la figura de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias a la aportación del teólogo J.R. Porter en su libro “Jesus Christ”, hoy nos aclarará algunos aspectos y similitudes que guarda la Ascensión de Jesús al Cielo.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos que su lectura la encontraréis atrayente.

Representación de la Ascensión de Jesús ante la nube que le recibe.

De todos los libros del Nuevo Testamento, sólo el segundo volumen de Lucas, Los Hechos de los Apóstoles, describe la Ascensión de Jesús a los Cielos como un suceso realmente histórico y un fenómeno visible (Act 1, 2-11). Con bastante frecuencia el Nuevo Testamento habla de la “exaltación de Jesús”, lo que destaca en un himno antiguo citado en una epístola a los hebreos (Heb 1, 3-4) y en otros pasajes: tras sus sufrimientos terrenales, el Hijo es investido por Dios con una autoridad suprema sobre el cosmos (Ef 1, 20-22). Él inaugura la nueva era mesiánica, y sus seguidores comparten su estatus de exaltación (Ef 2, 4-6). Todo ello se consigue porque Jesús es llevado al reino de los Cielos y se sienta a la diestra del Señor (Mc 16, 19; Rom 8, 34) –es decir, Jesús vuelve al estado divino que disfrutó, como agente de la Creación, antes de su encarnación (Col 1, 15-17; Heb 1, 2).

Como en el caso de la resurrección corporal de Jesús, el momento de la Ascensión de jesús a los Cielos está poco descrito. El Evangelio según Lucas afirma que Jesús “se fue” de sus discípulos “y era llevado arriba al Cielo” (Lc 24, 51). Según los Hechos de los Apóstoles, mientras los discípulos lo veían, Jesús era “alzado y una nube le recibió y le quitó de sus ojos” (Act 1, 9). En los versículos añadidos al Evangelio según Marcos, se dice que Jesús fue “recibido arriba en el Cielo”, donde “se sentó a la diestra del Señor” (Mc 16, 19). No obstante, Mateo habla sólo de la suprema autoridad cósmica conferida a Jesús y de su presencia eterna (Mt 28, 18-20). En Juan, Jesús anuncia a María Magdalena su inminente Ascensión, pero el hecho real debe deducirse (Jn 20, 17).

El objetivo especial de la narración de la Ascensión en los Hechos de los Apóstoles es dejar claro que las apariciones posteriores a la Resurrección tuvieron un final. Jesús dejó la Tierra, para no dejarse ver más hasta su Segunda Venida en una fecha no determinada. Su presencia será reemplazada por la del Espíritu Santo, el cual dará poder e inspirará a la Iglesia (Act 1, 8). El relato de Lucas parece haberse inspirado en la ascensión de Elías, tal y como se describe en las Escrituras hebreas (2 Re 2, 9-12). Por ejemplo, el período de cuarenta días entre la resurrección y la Ascensión en el Monte de los Olivos recuerda al viaje de cuarenta días de Elías al monte Horeb (1 Re 19, 8), y el relato del Espíritu Santo tiene cierto paralelismo con el regalo a Eliseo del espíritu de Elías.

El único trazo distintivo de la Ascensión de Jesús es su significado escatológico. Simboliza el final del viejo orden mundial y la inauguración de la última era; su futuro final lleva a la existencia de un Cielo completamente nuevo y una Tierra completamente nueva (Ap 21, 1).

El regalo del Espíritu Santo

Lucas y Juan (en los Hechos de los Apóstoles) son los únicos que hablan del regalo del Espíritu Santo a los discípulos (Jn 20, 22; Act 2, 1-3, 33). Representa el legado final de Jesús: el Espíritu toma su sitio y es el que más adelante les conducirá al Cielo. Para Lucas, el descenso del Espíritu Santo es un suceso público, visible y espectacular. En Juan, los discípulos reciben el Espíritu en secreto (Jn 20, 19-23) y sólo lo saben ellos (Jn 14, 17).

En cinco dichos, Juan establece lo que los cristianos deben entender sobre la naturaleza y la forma de actuar del Espíritu Santo, llamado también “el Defensor” (Jn 14, 15-17; 25-26; 15-26; 16, 4-11; 12-15). El Defensor se centrará en Jesús y en sus enseñanzas (Jn 14, 26; 15, 26; 16- 14) y guiará a los discípulos hacia “la verdad” que es el propio Jesús (Jn 16, 13-15). La promesa del Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles y en Juan se corresponde con la promesa de Jesús en Mateo de que él siempre estará con los discípulos (Mt 28, 20).

Según los evangelios, en los momentos clave el Espíritu Santo estaba presente a través de la existencia terrenal de Jesús, de manera que dirigió toda su vida y enseñanzas (Jn 3, 34). Fue el agente de su concepción (Mt 1-18; Lc 1, 35) y descendió sobre él en su bautismo (Mc 1, 10 y paralelos; Jn 1, 32-33); al inicio de su ministerio, Jesús afirmó que era el profeta lleno del Espíritu predicho en Isaías (Lc 4, 16-21). A través del Espíritu Santo, Jesús realizó muestras de poder, como la de expulsar demonios (Mt 12, 28). De la misma forma, el regalo del Espíritu Santo confirió a los discípulos “la potencia de los alto” (Lc 24, 49) para ejercer la sanación y realizar otros “signos” en nombre de Jesús (Mc 16, 17-20).

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