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viernes, 1 de junio de 2012

Conociendo a Jesucristo: El profeta



Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con el capítulo dedicado a conocer mejor la vida y obra de Nuestro Señor Jesucristo. Para ello hemos vuelto a recuperar unas nuevas líneas, donde nuestro autor, el teólogo J.R. Porter, nos enseña en su libro “Jesus Christ” cómo se veía Jesús a sí mismo.

Ese misticismo de Jesús, es lo que desborda a la mente cristiana a intentar indagar aspectos tan interesantes como entender el objetivo primordial de la encarnación de Nuestro Señor y su posterior sacrificio.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos que su contenido os llenará..

Recreación de Jesús profetizando en el Templo.

Los evangelios atestiguan que Jesús fue ampliamente considerado como un profeta al que las multitudes aclamaron al entrar en Jerusalén (Mt 21, 11) y que sus milagrosas sanaciones empujaron a la gente a reconocerlo como tal (Lc 7, 16; Jn 6, 14; 9, 17).

Esa aceptación popular de Jesús como profeta era algo de lo que sus enemigos eran  muy conscientes (Mt 21, 46). Se tendía a desaprobar la adjudicación de este estatus con la demostración de que carecía del conocimiento superior o “segunda visión” que se creía que caracterizaba a un verdadero profeta (Mt 26, 28; Lc 7, 39; 22, 64). Muchos profetas bíblicos habían disfrutado de este regalo, por ejemplo, el ciego Ahías fue capaz de descubrir el disfraz de la mujer del rey Jeroboam (1 Re 14, 1-18) cuando le pidió que le predijera el futuro. En los evangelios, Jesús demuestra que, en efecto, posee este tipo de habilidades cuando cuenta a la mujer samaritana cosas del pasado que no podría haber sabido de otra forma: instantáneamente ella le reconoce como profeta (Jn 4, 16-19). Mateo, Marcos y Lucas cuentan cómo, antes de entrar en Jerusalén, Jesús dice a sus discípulos que habrá un asno para él esperando en el Monte de los Olivos (Mc 11, 2-4).

Aunque Jesús nunca se refirió a sí mismo como profeta, el concepto parece haber sido un elemento importante para su comprensión de sí mismo. En dos ocasiones, se refiere claramente a sí mismo cuando habla de lo que un profeta puede esperar experimentar y el destino último que le espera (Mc 6, 4 y paralelos; Lc 13, 33). Cuando censura a Nazaret, utiliza un paralelismo con las acciones de los grandes profetas Elías y Eliseo (Lc 4, 25-27), figuras reverenciadas en el judaísmo como profetas supremos (Si 48, 1-14). Varios de los milagros de Jesús se asemejan a los realizados por estos dos personajes, sobre todo la resucitación del hijo de la viuda en Nain (1 Re 17, 17-24; 2 Re 4, 18-38) y dar de comer milagrosamente a una multitud con pocas provisiones (2 Re 4, 42-44).

La conciencia de sí mismo de Jesús como profeta podría haberse iniciado y confirmado por su asociación con Juan el Bautista, otra figura profética semejante a Elías (Mt 11, 7-9; 14, 5; 21, 26; Lc 7, 25-26), pero todos los evangelios resaltan que el ministerio del Bautista sólo preparaba el camino para la aparición de la figura todavía mayor de Jesús, el Juez final y el Salvador. Probablemente, esta idea deriva del pasaje del Deuteronomio en la que Dios promete la llegada de otro profeta como Moisés, a través de quien hablará la deidad (Dt 18, 17-19). Pedro cita estos versículos en referencia a Jesús durante su discurso a la multitud en el monte del Templo (Act 3, 22-23)

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