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martes, 12 de junio de 2012

Padre Gabriele Amorth: una vida consagrada a la lucha contra Satanás



Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con el apartado destinado a tratar los aspectos y consecuencias que se derivan con prácticas “peligrosas” para las personas que se acercan a espíritus malignos.

Para ello recogemos un texto del su libro “Memorie di un esorcista –La mia vita in lotta contro Satana-, donde el exorcista de Roma, padre Amorth, nos relata tremendas experiencias que le hacen al lector tener escalofríos.

Desde Temple Barcelona os invitamos a que os concienciéis de los problemas que se derivan de tales prácticas.

Un trabajo arriesgado

Quisiera ofrecer al lector un primer testimonio de las manifestaciones que suelen acompañar los exorcismos. En esta ocasión voy a mostrar el poder y la utilidad del agua bendita a la hora de resolver un caso.

Un párroco, sacerdote de mi diócesis, me pidió que lo ayudara en el caso de una mujer trastornada. El día antes de mi llegada la mujer le dijo al párroco que yo no acudiría, pues me encontraría mal. Entonces yo ignoraba este hecho; el párroco me lo contó después. Al día siguiente, cuando estaba a punto de marcharme, me sentí mal de repente, debido a unos cálculos renales, y tuvieron que llevarme al hospital.

Unas semanas más tarde se produjo el encuentro. Al principio la mujer tenía todo el aspecto de ser una persona trastornada, aunque parecía simpática. Luego, según fuimos hablando, la vi cada vez más inquieta, más angustiada por mi presencia. De pronto, se levantó, se acercó al otro sacerdote, le echó los brazos al cuello, como una niña asustada, y dijo: “Protéjame de él”. Le hice una señal al párroco para que la instara a sentarse.

Yo había puesto dos vasos en la mesa; uno contenía agua corriente, el otro, agua bendita. Le ofrecí a la mujer agua corriente; me dio las gracias y bebió. Al cabo de unos minutos le tendí el vaso del agua bendita. Bebió, y esta vez su aspecto cambió de golpe: de niña asustada pasó a ser una persona muy enfadada. Recalcando las palabras con un timbre de voz grave y fuerte, como si un hombre hablase en su interior, me dijo: “¡Te crees muy listo, cura!”. Entonces empezamos la oración de exorcismo. Al cabo de una hora, al finalizar el rito, se produjo la liberación en la iglesia. Voy a relatar ahora un segundo testimonio. Sólo hacía un año que me habían ordenado sacerdote cuando recibí una llamada de un hermano. Me pedía si podía ir a ayudarlo en el caso de una joven que acababan de llevarle a la rectoría. Al principio vacilé; tenía mis razones: acababa de reincorporarme a  mi parroquia después de haber padecido una hepatitis durante seis semanas; además, tenía que oficiar la misa de tarde, porque mi párroco estaba ausente, de modo que rechacé la invitación. Durante la celebración eucarística, tras dar la comunión a los fieles, tuve la sorpresa de oír una voz interior mientras guardaba el copón en le sagrario: “Estoy contigo”, me dijo. Sentí que una nueva fuerza recorría mi cuerpo y supe que debía acudir junto al hermano que me había pedido ayuda.

Llegué a la rectoría. Después de una primera oración muy larga (casi tres horas), comprendimos que era un caso de auténtica posesión y llamamos al obispo, con el fin de pedir su autorización para utilizar los exorcismos necesarios. A continuación expondré algunos de los hechos que ocurrieron.

En determinado momento el cuerpo de la joven reptó tres metros del suelo, como una serpiente. Varias personas que estaban con nosotros fueron testigos de ello. Recuerdo que por aquellos días tuve una horrible pesadilla. Me llevaban a una especie de cuarto de baño, en un barco que navegaba en alta mar. En el baño había tres personas: una señora rubia, completamente desnuda, cuyo rostro se iba transformando según se acercaba, hasta que le quedó media cara de animal y media de mujer. La segunda persona era un joven blanco con el pelo oscuro, que así un palo; se acercaba a mí e intentaba estrangularme. La tercerea era un hombre de color, pero no le veía la cara; parecía estar manteniendo relaciones sexuales con una mujer negra que ocultaba su rostro.

Al día siguiente, durante el exorcismo, averiguamos los nombres de estas tres personas y de otras, a través de la chica poseída. Antes de recibir la última señal de la expulsión de los demonios y de la victoria de Cristo sobre Legión –como dijo llamarse el demonio que poseía-, llegué tarde a la oración. Mientras me dirigía a la iglesia, mi coche se apartó suavemente de la calzada y se desvió hacia el césped. En ese momento yo conducía muy despacio, a unos quince kilómetros por hora. De nada sirvieron mis esfuerzos por volver a la carretera; el coche no me respondía. La joven poseída iba en el asiento de atrás, junto a una persona muy fuerte a quien pedí que me acompañara para inmovilizarla. Vi que la rueda delantera derecha se había pinchado, sin saber cómo. Llegamos tarde. Unos días después de la liberación, el cura que me había pedido ayuda tuvo un accidente de coche en el mismo sitio.

Mientras entraba en casa del sacerdote sentí la presencia del maligno en mi interior, listo para atacarme. Me volví y pude ver a una chica con unas tijeras en la mano, a punto de herirme. Bendito sea Dios, todo terminó gracias a su honor y su gloria. La joven poseída, tras una liberación completa, se casó, y vive feliz.

Talismanes en la pared

Una chica de veinticinco años. Sus padres regentan una tienda de comestibles. Tiene una hermana y un hermano. La tienda va de mal en peor: cuando no se rompe la cortadora de fiambres, la balanza no funciona, o la caja se estropea. Por si fuera poco, se están quedando sin clientes, mientras que el supermercado del barrio siempre está lleno de gente. La familia ya ve normal que le frigorífico funcione a ratos, que los artículos cambien de lugar solos. Hace tiempo reformaron la tienda y, llevados por el deseo de que el negocio marchara viento en popa, ocultaron en la pared dos talismanes que les habían proporcionado dos brujos (uno de ellos famoso en la televisión).

La chica sentía presencias opresivas en su dormitorio, oía voces, veía cosas raras… No podía dormir, ni estudiar, estaba muy deprimida. Por la noche, sentía a alguien sobre ella que la oprimía, la ahogaba, la aplastaba. Fue en varias ocasiones a Roma, cerca del Coliseo, a ver al brujo, y éste abusó de ella diez veces. Le cortó el vello del pubis y las axilas, le cortó el cabello. Le hizo una foto y escribió su fecha de nacimiento sobre la imagen. Cada vez que la chica entablaba relación con algún joven, todo terminaba enseguida, porque se sentía atada al brujo. Como puede ver, ¡se cometieron grandes errores!

Exorcicé la tienda, la casa y, seis o siete veces, a la chica, que caía en trance y hablaba.

Aparecieron varios demonios: Alef, espíritu de la soberbia y la venganza; Namar, espíritu que destruye los afectos e impide formar una familia (los lectores sabrán comprender lo que quiero decir). Al rozar la estola, y al oír las oraciones, la joven sentía dolores, especialmente en las partes más delicadas.

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