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viernes, 13 de julio de 2012

Conociendo a Jesucristo: el Mesías





Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con el apartado destinado a conocer más a fondo a la figura de Ntro. Salvador. Él, que ofreció su vida por todos nosotros, ha sido, es y continuará siendo objeto de estudio. El teólogo J.R. Porter en su obra “Jesus Christ” nos permite plantearnos una serie de cuestiones a cerca de si Jesús era el Mesías que tanto ansiaba el pueblo judío, o bien le concedieron sus discípulos –también judíos- tan extraordinario título.

Desde Temple Barcelona esperamos que su contenido os sirva para entender mejor el paso de Jesús en la tierra.

Inscripción que reza en la cruz: IESVS NAZARENVS REX IVDAEORVM, que significa “Jesús de Nazaret Rey de los Judíos”

El hecho de que Jesús fuera el Mesías, o Cristo, ha sido el dogma central de la Iglesia cristiana desde sus principios. Sin embargo, en ningún lugar de los evangelios Jesús afirma “Yo soy el Mesías” o, como mínimo públicamente, acepta el título. Por este motivo, los entendidos se han planteado con frecuencia si el concepto de Mesías formaba parte de la manera como Jesús se veía o bien su origen se encuentra en la fe de la Iglesia primitiva.

Según Lucas, Jesús se percibía a sí mismo como alguien ungido por el Espíritu Santo, tal y como estableció Isaías 61, 1-2, pasaje que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). Las pruebas de Qumrán indican que en tiempos de Jesús estos versículos se asociaban intensamente con el Mesías por venir; así pues, al utilizar el pasaje, Jesús efectivamente estaba lanzando una afirmación mesiánica. En Mateo, Jesús también alude a Isaías (Mt 11, 4-6) y el evangelio se refiere explícitamente a sus hechos como los del Mesías (Mt 11,2).

No obstante, Jesús habló sólo sobre un aspecto de la expectación mesiánica popular, el reino de la justicia y renovación que traería consigo el Mesías (Mt 19, 28; Lc 22,30). La idea del Mesías como una figura real y militar está totalmente ausente de sus palabras, pero parece ser que sus seguidores pensaban en él en estos términos (Act 1,6), y sus enemigos le llamaban “Mesías” con sarcasmo, evidentemente pensando que Jesús había confirmado falsamente su estatus (Mt 16,68; Mc 15, 32 y paralelos).

Al parecer, Jesús nunca rechazó de forma explícita el título de Mesías, probablemente porque podría haberse entendido como una negación de que era una especie de redentor. Pero tampoco alentó su uso y no intentó desalentar gran parte de las expectativas asociadas a él. Así, se prohibió hablar a los demonios que reconocieron a Jesús como el Mesías (Lc 4, 41), y una petición para un lugar de honor en el “reino de Jesús” (Mt 20, 20-23; Mc 10, 35-40) provocó el rechazo de Jesús del papel real (Mc 10, 41-45 y  paralelos). Cuando algunas personas le preguntaron directamente si era el Mesías, Jesús no reconoció que lo fuera, pero les remitió al testimonio de sus milagros (Jn 10, 24-25). Cuando Pedro confesó su creencia de que Jesús era el Mesías, Jesús no reconoció que lo fuera, pero les remitió que sus seguidores le proclamaran como tal. Esto fue debido –tal y como mínimo Lucas sugiere (Lc 9, 21-22) –a que el destino de Jesús como Mesías no era conducir a Israel al triunfo real, sino someterse al sufrimiento y a la muerte. Pedro no quiso aceptarlo y recibió una severa reprimenda.

Probablemente, la manera en que Jesús percibía su papel como Mesías se entiende mejor a partir de los relatos de sus juicios. En Mateo y Lucas, Jesús da una respuesta ambigua a la pregunta de si él es el Mesías (Mt 26, 64; Lc 22, 67-70). Seguramente esto es más auténtico que la versión de Marcos, donde se dice que Jesús respondió “Yo soy” (Mc 14, 62), ya que para Jesús el admitir o negar francamente su condición de Mesías le hubiera comportado serias consecuencias: la ira de las autoridades o el rechazo de muchos seguidores. Cuando Pilatos le pregunta si es el “rey de los judíos”, la afirmación mesiánica que más preocupaba a los gobernantes gentiles- la respuesta de Jesús es nuevamente ambigua (Mc 15, 2 y paralelos).

El Cuarto Evangelio representa a Jesús afirmando de forma explícita el título mesiánico como mínimo en una ocasión (Jn 4, 25-26), aunque en una conversación privada. En el relato de Juan del juicio, una vez más Jesús es esquivo al aceptar la designación de “rey”. Reconoce que tiene un reino, pero “no es de este mundo”; el suyo no debía conseguirse por la fuerza, tal y como muchos judíos habían esperado del Mesías, y como Pilatos podría haber temido (Jn 18, 33-37).

Probablemente la conclusión más lógica es que Jesús se considera como la respuesta a la esperanza general entre los judíos de la llegada de un redentor que anunciara una nueva era. Pero era consciente de que su comprensión de sí mismo y su misión no se correspondían realmente con algunos de los conceptos del Mesías entonces en boga, y evitaba el uso público del título de “Mesías” debido a sus implicaciones nacionalistas y revolucionarias. En el clima político de la Palestina romana, era improbable que cualquier sospechoso de afirmar ser el Mesías sobreviviera demasiado tiempo, tal y como se demostró en el caso de Jesús: la inscripción fijada en la cruz, que los cuatro evangelios recogen, deja claro que fue crucificado por ser un peligroso revolucionario mesiánico.

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