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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Descubriendo a María Magdalena




Desde la encomienda de Barcelona retomamos el nuevo apartado dedicado a averiguar más datos sobre la enigmática figura de María Magdalena. En esta ocasión hemos seleccionado un capítulo del teólogo catalán Lluís Busquets de su obra “Els evangelis secrets de Maria i de la Magdalena. La història amagada”, donde nos habla sobre la hipotética posibilidad de que los cuerpos de Jesús, María y la Magdalena hubiesen sido sepultados en una misma tumba.

Desde Temple Barcelona os invitamos a leerlo.

¿Jesús, María y la Magdalena enterrados en la misma tumba?

Saltó a los periódico el 27-II-2007: James Cameron, director galardonado por su Titanic, producía un documental del realizador canadiense de ascendencia judía Simcha Jacobovici titulado The Lost Tomb of Jesus (es decir, “La tumba perdida de Jesús”, título traducido por algún medio como La última tumba de Jesús), filme promovido por las productoras canadienses Vision-TV y Discovery Channel, que debía estrenarse en las vigilias de Semana Santa. Según los medios, el 26-II también se presentó un libro firmado por Jacobovici y el “arqueólogo” Charles Pellegrino, titulado The Jesus Family Tomb (“La tumba de la familia de Jesús”), publicado en castellano en 2007, bien que al tal “arqueólogo” se le rebajó a la simple categoría de “escritor”.

La noticia iba aderezada por un contorno polémico. En seis de los diez osarios encontrados en Jerusalén estarían inscritos en arameo los nombres de Jesús, hijo de José, María, madre de Jesús, la Magdalena, José, hermano de Jesús, Judá, hijo de Jesús (“Jehuda bar Yeshua”, leo en la web de El País) y un tal Mateo. Para el realizador del documental, se trataba de la familia de Jesús al completo, incluido el hijo legendario que habría tenido con la Magdalena. Ya teníamos Código Da Vinci 2: ¿no queríamos caldo de Dan Brown? ¡Pues dos tazas! Jesús, además, ni habría resucitado ni María ni la Magdalena se habrían movido de Jerusalén. ¿Qué hemos hecho los miles de peregrinos que hemos visitado la casa de María cerca de Éfeso? ¿Qué habría hecho el Vaticano celebrando allí el cambio de milenio? El bobo.

Empecemos diciendo que los diez osarios de unos veinte siglos de antigüedad que presenta el documental son antiguos. Se encontraron en marzo de 1980 en el distrito de Talpiyot, al este de Jerusalén, en una cueva o cripta. Hemos de saber que era corriente entre los judíos del siglo I la práctica de enterrar a los muertos en un sarcófago, arcosolio o nicho y, al cabo de un año o más, recoger los huesos y depositarlos en una urna de piedra u osario, donde se podían grabar inscripciones del nombre o los nombres de los allí depositados. Durante aquellos años ochenta del hallazgo trabajaron en la cuestión arqueólogos de primera categoría, entre ellos los israelíes Amos Kloner y Dov Ben Meir, considerados entre los mejores expertos a la hora de excavar en la vieja Jerusalén, y todavía más en relación con aquel hallazgo. En 1994, el descubrimiento fue registrado en el catálogo del patrimonio arqueológico del Estado de Israel y no se le quiso dar relieve, ya que los nombres de las inscripciones se consideraron totalmente corrientes para su época. Pese a todo, los expertos se abalanzaron como halcones sobre las urnas. La BBC realizó un documental en 1996, en el que Amos KIoner desengañó a todo el mundo: allí no había rastros de la familia de Jesús el Nazareno. (No importa demasiado: Antonio Banderas protagonizó una película de Jonas McCord, The Body, según la novela de Richar Ben Sapir, acerca de un presunto cuerpo de Jesús hallado en una tumba parecida.)

La primera constatación que debe hacerse es que se produjo tal baturrillo informativo que los nombres de las inscripciones ni siquiera coinciden de un medio a otro. Al supuesto e inexistente hijo de Jesús se le llama Judah, Jehudá, Judá, Judas e incluso Matia-Judas en medios diferentes; la Magdalena debería corresponder a la inscripción Mariamana, cosa muy extraña porque no encaja ni con los escritos canónicos (donde se la llama Mariam o María) ni con los apócrifos coptos (donde se la denomina Mariham) ni con los gnósticos (donde suele ser llamada Mariammé). Según el documental, se habrían practicado pruebas de ADN a los restos de la Magdalena y de Jesús y, como no habrían resultado consanguíneas, se habría deducido únicamente por ello que eran esposos. El profesor de Estadística de la Universidad de Toronto Andrey Feueverger habría calculado una probabilidad de “una entre seiscientas” de que los restos correspondieran a una familia diferente a la de Jesús. Pero no nos especifica con qué sistema lo hizo y, para más inri, el citado arqueólogo Amos Kloner explicó a France Presse que de las novecientas tumbas de la misma época encontradas en un radio de cuatro kilómetros del casco antiguo de Jerusalén, el nombre de Jesús había aparecido en 71 ocasiones y que se ha descubierto en otras tumbas la inscripción “Jesús, hijo de José” (al menos en tres más, de acuerdo con K. Fuschs).

Sin embargo, de todas las inscripciones, debemos detenernos en una de los dos sarcófagos enviados a la Biblioteca Pública de Nueva York con motivo del estreno de la película: en arameo diría “Ya’akov bar Yosef ajui Yeishua” (es decir, “Jacob/Santiago, hijo de José, hermano de Jesús”). He hecho referencia a ella a la hora de verificar la existencia histórica de Jesús, exponiendo que el doctor Armand Puig escribe que el profesor de la Sorbona A. Lemaire, en el número de nov.-dic. De 2002 de Biblical Archaeology Review, admitía la posibilidad de que pudiese tratarse del osario de Santiago, el hermano o hermanastro de Jesús (Mc 6, 3; Mt 13, 55; Ga 1, 19), jefe de la comunidad cristiana de Jerusalén, ajusticiado por el Sumo Sacerdote Anán en el año 62 d.C. (y, de ser así, constituiría la prueba más antigua de la existencia histórica de Jesús). Pero la inscripción, como explica Puig, entraña dos problemas: la factura (arameo cursivo, utilizado sólo hasta el año 70 d.C.) y la interpretación. Para Lemaire y Fitzmyer, la inscripción se debería a una sola mano; para otros investigadores, la segunda parte (“hermano de Jesús”) sería obra de una mano más chapucera y emplearía la letra cursiva comercial mixta más tardía. En cuanto a la inscripción, puede interpretarse que José es padre de Santiago y de Jesús (y entonces Santiago sería hermano de Jesús como dicen los textos canónicos), o bien que José es padre de Santiago y hermano de Jesús (en cuyo caso, Santiago sería un sobrino de Jesús y el osario pertenecería a uno de los hermanos o hermanastros, José, también citado en los textos canónicos).

Estos datos ciertamente son muy atractivos y no es extraño que alguien hubiese adivinado en ellos la posibilidad de un buen negocio; ahora bien, resulta que hace años, exactamente el 18-VI-2003, la Dirección de Antigüedades del Estado de Israel emitió un comunicado para manifestar que el osario es real, aunque la piedra de la cual ha sido tallado no proviene ni siquiera de Israel (sino del norte de Siria o de Chipre) y que la inscripción es una falsificación agregada posteriormente por alguien que quería atribuir “significación religiosa” a la pieza. Y cuando la Dirección de Antigüedades israelí habla, sabe lo que se dice. No es de extrañar, pues, que ante el polémico documental, un arqueólogo tan serio como Kloner manifestara con suma claridad que una cosa es la ciencia y otra el negocio televisivo impulsado por dinero. Cuando preguntaron a D. Tabor, especialista en religiones que acompañaba a Cameron, Jacobovici y Pellegrino, cómo explicaban la resurrección y la ascensión, aseguró que, suponiendo que aquella tumba fuese la de la familia de Jesús, no sería preciso reescribir la Biblia, porque ya nadie piensa en la resurrección-ascensión como si Jesús se hubiese camuflado a la manera de Superman entre las nubes. Y en eso tenía razón.

La verdad es, como ya sabemos, que hoy por hoy se considera muy difícil que Jesús no fuese tratado como un crucificado cualquiera y su cadáver arrojado a una fosa común o un pozo de cal. Pero es que, si algo ha permanecido “intocable” en los escritos primordiales ha sido la vigilancia de la Magdalena sobre el de las mujeres que encuentran el sepulcro vacío en los sinópticos y la única que, después de no hallar el cuerpo de Jesús, tropieza con el Crucificado/Resucitado en el Evangelio de Juan. ¿Cómo relacionar la tradición de acudir a la tumba de Jesús –y si se trata de una tradición tardía de procesiones de mujeres plañideras al lugar en el que fue depositado, más a mi favor- con el hecho de que esté allí enterrada? Y lo que es peor, ¿cómo vincular la primera y gran tradición plástica de la Magdalena creyente en el Resucitado (es decir, en procesión hacia la tumba vacía, ya que no hubo representaciones de Jesús surgiendo del sepulcro hasta el siglo X) con este mismo hecho? ¿Y cómo pensar que si la tumba existía, no fuera venerada por sus seguidores?

A falta de más datos, La tumba perdida de Jesús, de momento, hace aguas como el barco de la película que dio tantos Oscars a su productor.  

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