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martes, 11 de septiembre de 2012

Los templarios y la Sábana Santa



Desde la encomienda de Barcelona, hoy once de septiembre, disfrutando en familia del día de la festividad de Catalunya, queremos compartir más información con todos vosotros acerca de la relación de los templarios con la Sábana Santa de Turín. Para ello hemos vuelto a seleccionar un capítulo de la paleógrafa italiana Barbara Frale, extraído de su libro “I templari e la sindone di Cristo”, donde nos relata aspectos importantes para llegar a conocer qué se esconde detrás del misterioso ídolo al que los templarios veneraron.

Desde Temple Barcelona os invitamos a que conozcáis algunos detalles.

Ecce homo!(III)

3.La imagen de un hombre en una tela

El interrogatorio que se realizó a los templarios presos en Carcassonne en el invierno de 1307, o sea pocos meses después de su detención, ha sobrevivido gracias a un único documento conservado en los Archivos Nacionales de París; se trata de una copia en papel, escrita para enviar a Felipe el Hermoso. El material está muy oscurecido y no se encuentra en buen estado de conservación, pero resulta perfectamente legible para quien tenga familiaridad con las fuentes del proceso contra la orden del Temple. A comienzos del siglo XX, Heinrich Finke intentó publicarlo; sin embargo, en su edición de los documentos del proceso a los templarios adoptó, después de mucho esfuerzo, la muy discutible decisión de transcribir únicamente los escasos pasajes que había entendido, fragmentos de frases acompañadas de una gran cantidad de puntos suspensivos para indicar la multitud de cosas que no conseguía leer. Estos breves pasajes en latín, insertos en un discurso esencialmente en alemán, forman un extraño patchwork de distintas lenguas, el conjunto de todo lo cual dista muchísimo de las normas del historiador de nuestros días y, sinceramente, es capaz de desorientar a cualquiera. Quizá sea precisamente éste el motivo por el cual los historiadores han ignorado prácticamente la fuente hasta ahora. He presentado y analizado esta fuente, junto con muchas otras, en mi tesis de doctorado en historia en la Universidad de Venecia (1996-1999), en la que recogí todos los testimonios del proceso que han sobrevivido, para realizar un análisis sistemático de los datos y compararlos entre sí; de inmediato su contenido me pareció extraordinariamente interesante, porque en asociación con muchos otros datos demuestra, creo, que el fantasmagórico ídolo de los templarios era un objeto famosísimo y de identidad precisa. Efectivamente, se trataba de un retrato, pero lo mínimo que se puede decir es que no era un retrato cualquiera.

Al fraile templario Guillaume Bos, recibido en 1297 en la encomienda templaria de Perouse, cerca de Narbona, se le mostró un “ídolo” que tenía una forma muy particular, una imagen muy distinta de las otras, que en su mayoría eran relicarios en bajorrelieve. Se trataba de una especie de diseño monocromático, una imagen oscura sobre fondo claro de un lienzo que a simple vista le parecía una tela de algodón (Signum fustanium):

…e inmediatamente fue llevado a aquel mismo lugar y se le mostró una especie de dibujo sobre un trozo de tela de algodón. Interrogado sobre quién era la figura que allí se representaba, contestó que estaba tan atónito por todo lo que le hacían hacer, que a duras penas pudo verlo y no logró identificar qué persona representaba aquel dibujo; no obstante, le parecía que era en blanco y negro, y lo adoró.

El mismo tipo de objeto vio Jean Taylafer, quien prestó declaración en París durante la larga investigación de 1309-1311: también era una especie de dibujo de forma muy indefinida, hecho con una tinta que le parecía rojiza, y pudo distinguir sólo la imagen de un rostro con las dimensiones naturales de una cabeza humana. Tampoco consiguió saber si era una pintura o no, pero incluso en este caso, se trataba de un solo color. Otro templario llamado Arnaut Sabbatier, en cambio, dijo explícitamente que se le había mostrado la figura entera del cuerpo de un hombre sobre una tela de lino y que se le ordenó adorarlo tres veces besándole los pies (quoddam lineum habentem ymaginem hominis, quod adoravit ter pedes obsculando).

El documento es auténtico y el pasaje, pese a su mal estado de conservación, se lee claramente. A menos que se quiera manipular la realidad de la fuente histórica, ésta demuestra que a algunos templarios del sur de Francia les mostraron un “ídolo” idéntico a la Sábana Santa de Turín, que no es otra ocsa que una tela donde se ve la figura de un hombre. No hay tampoco dudas acerca de que la figura contenía el cuerpo entero y no sólo la cabeza; efectivamente, el testimonio dice expresamente que los templarios lo adoraban besándole los pies. No se puede negar que el sudario, si lo ve por primera vez alguien que no lo conoce en absoluto ni tiene idea de la tradición que lo rodea, aparece justamente como una especie de estampación o de gran mancha indefinida sobre una tela larga de lino, una impronta muy clara y sin contornos, que revela los rasgos de un hombre. La imagen presenta la característica de hacerse visible o invisible de acuerdo con la distancia a la que se encuentra la persona que la mira, y trae de inmediato a la mente los testimonios de los templarios, quienes recordaban precisamente que el ídolo “aparecía” y “desaparecía” de improviso. Son verdaderamente muchos los indicios que hacen pensar que varias de las descripciones del ídolo templario no son otra cosa que una descripción de la Sábana Santa de Turín realizada de manera fragmentaria e imprecisa por personas que tuvieron pocas oportunidades de verla y en la mayor parte de los casos plegada en un relicario que sólo dejaba ver la cabeza; no debemos olvidar que las ceremonias de los templarios tenían lugar en las primeras horas de la mañana, ante de la salida del sol, por lo que estos objetos se veían prácticamente en habitaciones oscuras y sobre todo sin tener la más remota idea de qué era lo que se veía. El testimonio de Arnatu Sabbatier describe, en cambio, de manera explícita una exhibición del sudario propiamente dicho, con tela completamente desplegada para que se viera la imagen del cuerpo entero. Y describe también una precisa liturgia de adoración que prevé el triple beso en la impronta de los pies: curiosamente, es le mismo gesto que harán con gran devoción San Carlos Borromeo y su séquito de sacerdotes durante su famosa peregrinación a la Sábana Santa, a pie de Milán a Turín, en octubre de 1578.

El jesuita Francesco Adorno, que acompañó a San Carlos y escribió el relato del acontecimiento, sabía perfectamente qué era lo que iba a ver, y sin embargo declaró haber quedado absolutamente atónito y como trastornado ante la tela, el mismo tipo de emoción que tantos templarios habían descrito en el proceso. En efecto, el jesuita había visto una bella copia idéntica, que había mandado ejecutar el duque Emanuele Filiberto de Saboya, pero el original era completamente otra cosa: en la tela de Turín, la imagen daba la impresión de ser un hombre vivo y sufriente que emite su último aliento. Los templarios adoraban al sudario de la misma manera en que lo adoró San Carlos Borromeo cerca de tres siglos después, o al menos como lo hicieron los que tuvieron el privilegio de contemplar la reliquia original y no una de las tantas copias distribuidas en las encomiendas de la orden. Según Adorno, San Carlos y unos pocos más besaron también la herida del costado, además de las de los pies, y por el tono de lamentación que se percibe en sus palabras, parece ser que a él le tocó ese gran privilegio. Hasta ahora no sabemos si los templarios acostumbraban a besar también el costado: el fraile que nos ha dejado el testimonio de este culto ocupaba un lugar modesto en la jerarquía de la orden y todo me lleva a creer que el privilegio de besar el costado estuviera exclusivamente reservado, si acaso, a los dignatarios principales.

Para los cristianos, el costado perforado de Cristo, aquel del que según el Evangelio de Juan brotara sangre y agua, había sido particularmente conmovedor desde los tiempos más antiguos. Estaban convencidos del enorme valor que tenía y de que, de alguna manera, era la señal de la divinidad misma de Jesús: según algunos estudiosos, el mismo evangelista, al tiempo que relata el hecho, le confiere un fuerte significado teológico, dado que en su cultura el agua es símbolo del Espíritu Santo. De acuerdo con la tradición cristiana, precisamente de aquella herida había nacido la Iglesia, de la misma manera en que un hijo nace del dolor y el amor de la madre. La mayoría de los frailes eran ignorantes, pero entre los dignatarios seguramente había personas muy instruidas; como ejemplo, podemos mencionar al poeta Ricaut Bonomel, quien escribió un famoso poema lírico sobre la derrota de los cristianos en Tierra Santa, o el capellán Pietro de Bolonia, talentoso jurista que trató de defender a su orden durante el proceso. En todo caso, no se necesitaba ser un gran intelectual para entender que aquella herida en el costado era la fuente de la Eucaristía, que el sacerdote celebraba en el altar precisamente mezclando vino y agua en recuerdo de aquel pasaje evangélico.

Por una serie de motivos que más adelante expondré ampliamente, los templarios estaban profundamente fascinados por aquella herida en el costado, que a sus ojos revestía un valor incomparable: tal vez la consideraban demasiado sagrada como para que alguien se atreviera a tocarla, o al menos alguien tan modesto como el hombre que ha dejado este testimonio en la indagación de Carcassone.

Como es evidente, la noticia de que los templarios veneraban la imagen de un hombre impresa en una tela se difundió y terminó por despertar la curiosidad de la gente común, tal vez de un modo mucho más amplio del que hoy las fuentes permiten pensar; en realidad, la noticia fue registrada en la Crónica de Saint-Denis, el gran libro de memorias redactado por la abadía parisina, particularmente relacionada con la corona de Francia. Para los monjes de Saint-Denís, el ídolo de los templarios no era una imagen del diablo ni un retrato de Mahoma; por el contrario, lo describían esencialmente de estas dos maneras:

Y poco después comenzaron a venerar un falso ídolo. Según algunos de ellos, ese ídolo estaba hecho de una piel humana muy antigua, que parecía embalsamada (une vielle peau ainsi comme toute embasmeé), o bien en forma de tela pulida (toile polie); en eso depositan los templarios toda su vilísima fe y en eso creen ciegamente.

En resumen, la cuestión del denostado ídolo que veneraban los templarios fue un verdadero fiasco para la acusación, en especial cuando se intentó teñir ese objeto con los sombríos colores de la brujería. Es lo que Nogaret había intuido desde el primer momento: durante el primer interrogatorio realizado en París por el inquisidor de Francia se había probado el terreno, pero los templarios que sabían algo al respecto eran demasiado pocos y sus descripciones demasiado confusas, por lo que los juristas de la realeza habían escogido pasar de puntillas sobre esta cuestión y apuntar en cambio a las acusaciones que casi todos los frailes estaban dispuestos a admitir. Los inquisidores del sur de Francia, auténticos profesionales de los proceso por brujería, atribuyeron al ídolo de los templarios las connotaciones del mal encarnado de acuerdo con su particular mentalidad: puede que actuaran totalmente de mala fe o puede que quedaran ellos mismo sugestionados por su triste profesión, prisioneros en cierto modo de los espectros que su propia mente creaba mientras escuchaban las confesiones de los desventurados. En todo caso, en su condición de imagen del diablo o de retrato de Mahoma, el ídolo no fue mucho más allá de la investigación del Languedoc, sin duda la más sanguinaria de todo el proceso. Más tarde, cuando, después del verano de 1308, el papa Clemente V consiguió confiar los interrogatorios a comisiones de obispos locales, la índole del ídolo se fue precisando y cada vez resultó más clara la naturaleza exacta de dos objetos que se utilizaban en la liturgia: el primero era un relicario en bajorrelieve que contenía los restos de algún santo; el segundo, un extrañísimo lienzo de lino que llevaba impresa la figura entera de un hombre, a modo de un dibujo monocromático, una especie de estampación de rasgos indefinidos.  

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