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martes, 18 de septiembre de 2012

Una casa en Jerusalén




Desde la encomienda de Barcelona retomamos nuevamente un nuevo texto del historiador francés Alain Demurger de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”. En este apartado nos describe el entorno de la Jerusalén que habitaron las diferentes órdenes fundadas tras la toma de la Ciudad Santa, y dónde fue alojada la Orden del Temple.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que disfrutaréis de su lectura..

Los templarios deben su nombre a su “casa presbiterial” –su cuartel general- de Jerusalén, el templo de Salomón. Al principio, se constituyeron como “milicia de los pobres caballeros de Cristo”. La regla aprobada en Troyes les da otros apelativos. El prólogo se dirige en primer lugar a aquellos “que se niegan a seguir su propia voluntad y desean como un valor puro constituir la caballería del Rey Soberano”, después, personalmente, al nuevo “caballero de Cristo”. La expresión agradaba a san Bernardo. Las primeras donaciones, la de Raúl Le Gras en Champaña, por ejemplo, se dirigen “a Cristo y a sus caballeros de la Ciudad Santa”. Alrededor de dos siglos más tarde, el rey de Portugal, Dionisio, que defendió al Temple y se negó a entregar sus bienes portugueses al Hospital, obtuvo la creación de otra orden destinada a prolongar la obra del Temple, la “orden de Cristo”.

Pero ya los nombres familiares del Temple y templarios se habían impuesto. El prólogo de la versión francesa puede terminar sin problemas con estas palabras: “Aquí comienza la regla de la pobre caballería del Temple”. Las actas de donación de esos años se dirigen con frecuencia: “a Dios y a los caballeros del Templo de Salomón de Jerusalén”, “a Dios y a la santa milicia jerosolimitana del Templo de Salomón”.

Según Guillermo de Tiro, cuando Hugo de Payns y sus primeros compañeros se reunieron, no tenían “ni iglesia ni domicilio seguro”. Hombre caritativo, el rey de Jerusalén, Balduino II, les alojó en un ala de su palacio, “cerca del templo del Señor”, escriben Guillermo de Tiro y Jacobo de Vitry. Más preciso, Ernoul dice que los templarios no se atrevieron a habitar en el Sepulcro y eligieron el templo de Salomón, “donde Dios fue ofrecido”. Todavía se confunden con demasiada frecuencia el templo de Salomón, el templo del Señor y el Santo Sepulcro, incluso en las historias recientes del Temple. Dado que tal confusión no carece de consecuencias, sobre todo a propósito de la arquitectura religiosa de los templarios, considero útil describir rápidamente “la ciudad santa de Jerusalén, cuya tutela tienen y cuya defensa aseguran los hermanos combatientes de la milicia”, nos dice, con cierta exageración el vizconde de Carcasona, Roger de Béziers, en 1133.

La ciudad que los cruzados descubrieron en 1099 se presenta como un burdo paralelepípedo, rodeado de murallas y de torres. El plano del manuscrito de Cambray, que data de hacia 1150, reduce el trazado de este recinto a casi un rectángulo. La ciudad vieja actual corresponde a la Jerusalén medieval. Dos vías casi perpendiculares la dividen en distritos; el eje norte-sur, cuya parte central fue cubierta en 1152 por la reina Melisenda para albergar el mercado, pasa entre dos colinas: al oeste, el Calvario, lugar santo para el cristianismo; al este, la Moria, lugar sagrado del Islam, donde se instalaron los templarios.

Del conjunto cristiano del Calvario, surge en primer lugar, venerado entre todos, el Santo Sepulcro, formado por una rotonda y una basílica. La rotonda, o Anástasis, restaurada en 1048, alberga el sepulcro de Cristo, meta de los peregrinos de Tierra Santa. A la rotonda se añadió una basílica, cuya construcción emprendieron los cruzados y que fue consagrada el 15 de julio de 1149, quincuagésimo aniversario de la toma de la ciudad, al sur, en el antiguo forum romano, se construyeron tres iglesias en el siglo XI: Santa María Latina, Santa María Magdalena y San Juan Bautista. Hacia 1070, gracias al dinero de los mercaderes de Amalfi, se fundó un hospital destinado a acoger a los peregrinos. Una vez ampliado, se convirtió en el Hospital de San Juan de Jerusalén, cuyos ocupantes se constituyeron en orden caritativa, reconocida por el papado en 1113. En el transcurso del siglo XII, se transformó en orden militar, rival, pero también asociada, del Temple, aunque conservando su misión primitiva.

Frente a este barrio cristiano, la Moria incluye al contrario un conjunto religioso e intelectual enteramente musulmán, creado en la época de la dinastía de los califas omeyas (661-750): el Haurán o “Casa de Dios”. En el centro de una vasta explanada muy bien pavimentada (de ahí el nombre de “Pavimento” dado a veces a este palacio despejado), se alza una de las joyas de la arquitectura musulmana, la Cúpula de la Roca, llamada erróneamente “mezquita de Omar”. Fue construida de 687 a 691, sobre un plano poligonal único en tierra islamita. Está coronada por una espléndida cúpula dorada, que guarda la roca en que Jacob tuvo la visión de la escala mientras dormía. Al sur de la explanada, la mezquita Al-Aqsa, que fue edificada de 705 a 715. es la mezquita “lejana”, en recuerdo del viaje nocturno del profeta Mahoma desde La Meca. Se ajusta a un plano basilical.

Naturalmente, los cruzados modificaron por completo la Moria. La mezquita Al-Aqsa fue en cierto modo secularizada y se convirtió en residencia real cuando, en 1104, Balduino I abandonó la Torre de David, que dominaba la muralla occidental, al suroeste del Sepulcro. En 1118, el rey Balduino II acogió en ella a Hugo de Payns y sus caballeros de Cristo. En el mismo año, dejó esta residencia para ocupar el nuevo palacio real, establecido cerca de la Torre de David, dejando el conjunto de Al-Aqsa a la nueva milicia. Los cruzados habían identificado muy pronto Al-Aqsa con el “templo de Salomón”, cuyas subestructuras subsisten, y los “pobres caballeros de Cristo” tomaron muy pronto su  nombre.

Gracias a las donaciones sucesivas tanto del rey como de los canónigos del Santo Sepulcro, los templarios recuperan toda la explanada, en particular la Cúpula de la Roca, a la que llaman el “templo del Señor”, y hacen de ella su iglesia, consagrada en 1142. Sobre este verdadero “monte del Temple”, reservado para su uso y enteramente rodeado de muros, los caballeros emprenden diversos trabajos: dividen la gran sala de oración de la ex mezquita en habitaciones, construyen al oeste nuevos edificios, para instalar en ellos la bodega, el silo, el refectorio…El cronista Teodorico señala que el tejado en pendiente de este nuevo edifico no se acomoda con los techos en terraza de la ciudad. En el subsuelo, las inmensas salas abovedadas de los “establos de Salomón” albergan los caballos de la orden.

En el templo del Señor, los templarios recubren la roca de mármol y alzan un altar en su centro, encajándolo en un cierre de hierro forjado; en las paredes, hay mosaicos que relatan episodios del Antiguo Testamento; por último, colocan en la cima de la cúpula una inmensa cruz de oro. Cerca de la Cúpula de la roca, la pequeña Cúpula de la Cadena se convierte en la iglesia de Santiago el Menor. Una de las siete puertas de la ciudad, la Puerta de Oro, da acceso a la explanada. Cerrada en permanencia, sólo se abre el domingo de Ramos y el día de la Exaltación de la Santa Cruz.

Además de esta ciudad dentro de la ciudad, en los años prósperos del reino de Jerusalén, entre 1150 y 1180, la orden adquiere edificios y comercios en los barrios más poblados.

Así aparece, pues, en el siglo XII el cuartel general del Temple. Pero el “Pavimento” es también un barrio de la ciudad, que se anima durante las manifestaciones importantes, con ocasión, por ejemplo, de la coronación del rey. El cronista Emoul relata la de Balduino V, en noviembre de 1183. Balduino no tiene más que seis años. El patriarca le ha entregado la corona en el Sepulcro. Después, se forma un cortejo y, en procesión, se dirigen a la explanada del Temple. El rey niño es conducido al templo del Señor, donde, “según la costumbre de los reyes francos de Jerusalén, nacida de la tradición judía, el rey entrega su corona a la iglesia y la rescata después”. El cortejo se dirige a continuación al templo de Salomón, donde los burgueses de la ciudad ofrecen un banquete al rey y su corte.

Si el templo de Salomón es la casa matriz de la orden, Nuestra Señora es su patrona, y no hay necesidad de ser adivino para ver en esta elección la influencia de san Bernardo. Ese culto a la Virgen explica que las donaciones a la orden vayan en primer lugar dirigidas a Nuestra Señora. La regla se establece en su honor, y la mitad de las oraciones que deben rezar los hermanos le están destinadas. Una de las primeras y principales plazas fuertes confiadas a los templarios fue Tortosa, en el condado de Trípoli, ciudad célebre por su peregrinación de la Virgen. Según la tradición cristiana, san Pedro, que se dirigía a Antioquía, hizo alto en Tortosa para consagrar el santuario más antiguo elevado en honor de la madre de Cristo.

La orden del Temple comprendía caballeros, sargentos y capellanes. Los primeros eran poco numerosos, sobre todo en Occidente. Los clérigos y los laicos de Europa, que en la mayoría de los casos sólo tenían que entendérselas con los sargentos, tomaron la costumbre de dirigirse indistintamente a los “hermanos” de la milicia del Temple. Las autoridades, como el rey de Inglaterra Enrique II, distinguían entre “los hermanos del Hospital de Jerusalén y los caballeros del Templo de Salomón”. El obispo de Carcasona, que es una autoridad en la materia, pero que sabe también cómo hablan sus ovejas, arbitra en 1183 entre “los hermanos de la milicia y los hermanos del Hospital de los pobres de Carcasona”. Los hombres del siglo XII marcaron bien la diferencia entre la vocación militar del Temple y la vocación caritativa del Hospital, a pesar de la transformación de este último. La diferencia entre la vocación militar del Temple y la vocación caritativa del Hospital, a pesar de la transformación de este último. La diferencia se atenuará en el siglo siguiente, sin desaparecer. Habrá que recordarlo en el momento del proceso del Temple, ya que dicha diferencia se aprovechó en contra suya.

No obstante, frente al mundo laico, la matización resulta poco perceptible. Al relatar la toma por los musulmanes del castillo hospitalario de Arsuf, en 1265, la crónica llamada del “templario de Tiro” indica que “fueron aprisionados en su interior caballeros de religión y del siglo”. A finales del siglo XIII, templarios y hospitalarios son considerados todavía como la “nueva caballería”.

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