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martes, 23 de octubre de 2012

Descubriendo a María Magdalena




Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el apartado destinado a indagar sobre la vida de nuestra bella patrona, María Magdalena. Para ello hemos recuperado un nuevo texto del teólogo catalán Lluís Busquets de su obra “Els evangelis secrets de Maria i de la Magdalena. La història amagada”, donde esta vez trata de desentrañar el simbolismo de los posibles “demonios” de la Magdalena.

Desde Temple Barcelona os recomendamos su atenta lectura.

El problema de los demonios de la Magdalena

Ya conocemos la cita de Lc 8, 1-3: “Recorrió a continuación ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, una administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”.

Aunque el primer versículo lo encontramos en paralelo en Marcos (Mc 6, 8b) y Mateo (Mt 9, 35), que añade que enseña en las sinagogas, Lucas nos agrega al fragmento la presencia de los “Doce” y la mención a las mujeres, que sólo es suya. En Lucas, las mujeres constituyen el segundo grupo de seguidores de Jesús, siempre después de los hombres, ya sean los “Doce” o los “apóstoles”. Un dato ciertamente sorprendente, dado que esta mención de las mujeres choca con los lectores grecorromanos de Lucas, como ya resultaba chocante para los contemporáneos judíos de Jesús. Según B. Witherington, “era normal que las mujeres ayudaran a los rabinos y a sus discípulos con dinero, propiedades y alimentos, pero que dejaran su hogar para viajar con un rabino no sólo era inaudito, sino incluso escandaloso”. Y se ha dicho que habría que leer Lc 8, 1-3 en relación con Lc 23, 49ss, esto es, en el contexto de la crucifixión y el entierro, para entender que en la palabra “discípulos” (Lc 8, 9 y pp) deben incluirse siempre las mujeres. Unas mujeres en cuyo grupo, y parece que las comunidades primitivas de los evangelistas pugne por dejarlo muy claro, aparece siempre una abanderada: la Magdalena. John P. Meier, en su monumental obra sobre Jesús Un judío marginal, admitiendo que “un acompañamiento de mujeres sin marido […] no hacía sino aumentar los recelos”, el escándalo que Jesús había de afrontar en una sociedad campesina tradicional, asegura que “ciertos pasajes evangélicos parecen presentar a las mujeres seguidoras de Jesús desarrollando un papel sumamente parecido al de los hombres discípulos”.

No repetiremos lo que ya hemos dicho antes: a) desconocemos quién era Susana, pero no la mujer de Cusa, administrador de Herodes Antipas, el único personaje al que Jesús insulta; b) los expertos de hoy nos demuestran que las mujeres sufragadotas económicamente del movimiento de Jesús existieron en las comunidades tardías de Pablo y Lucas, pero no en la actividad inicial de Galilea; c) reducir a las mujeres a un mero papel asistencial –y si provienen del agradecimiento de una curación mejor- es muy propio de Lucas; d) el hecho de que los “Doce”, que después de la desaparición de Judas Iscariote son “Once”, es una concepción tardía ligada a la de gobernantes de las tribus de Israel, a la cual Lucas tiene en alta estima (Hch 1, 6.26), pero que pronto se esfumó de las tradiciones evangélicas. No dedicaremos más espacio a estos puntos. Nos interesa aquí el problema de los demonios en la Magdalena, una tradición que debía de circular pronto, pues, según todos los expertos, está presente en el añadido final de Marcos originado por el texto lucano que analizamos (Mc 16, 9).

De entrada, el número “siete” ya nos resulta sospechoso. “Siete” es el número de días de la creación, el número de veces que hay que perdonar, el número de diáconos, el número de  mil cosas, porque en la Biblia, las referencias numéricas son simbólicas. El número “siete” significa “totalidad”, “perfección”. En nuestro caso significa que el texto otorga gran importancia a la Magdalena. Y como endemoniamiento y pecado iban de la mano (se consideraba la posesión diabólica una consecuencia del pecado), significaría que la Magdalena había sido una gran pecadora. Ya tenemos al personaje endemoniado y pecador. Para algunas tradiciones orientales esto se habría producido porque la muchacha tuvo un prometido que se habría ido con el grupo de Jesús. Entonces, por despecho, se habría lanzado a la mala vida. (Como sabemos, todavía algunas tradiciones identifican a este prometido con el apóstol Juan.) Falta un paso: si era una pecadora de tal envergadura, no podía ser una pecadora común (Lc 7, 37); tenía que ser una prostituta. Ya tenemos a la Magdalena convertida en prostituta, porque un versículo de Lucas dice que habían salido de ella siete demonios.

Nos interesan, entonces, estos demonios. No decimos nada nuevo exponiendo que las posesiones diabólicas ocultan, para los científicos de hoy, problemas de índole: enfermedades psicosomáticas, psicológicas o socioantropológicas. De epilepsias e histerias. Y de problemas de matriz: una menstruante era impura por excelencia (por eso una mujer no podía relacionarse con lo sagrado que solicitaba pureza total: Lv 15, 19-30). La enfermedad, el mal, está por debajo de la afección. Jesús y los suyos no alivian afecciones como una vacuna destruye un virus o un medicamento una bacteria; enseñando a resistir la opresión y la explotación material, deseando crear un Reino de los Cielos opuesto al Reino del emperador de Roma, estableciendo un mundo nuevo que hace tabla rasa de las debilidades del viejo, se cura la enfermedad, el mal que radica bajo las dolencias.

Las etiquetas sociales son importantes para el autor de Lucas. Para él, una pecadora no es una prostituta ni una endemoniada (que otros lo piensen no es problema suyo); ahora bien, otorga tal importancia a las curaciones y los exorcismos que en el anuncio programático de la misión de Jesús en Nazaret, como hemos visto, hace que se presente en una sinagoga inexistente como profeta sanador y el escritor subrayará a más no poder estas praxis: Lc 4, 40-41; 5, 17; 6, 18; 7, 21.22-23; 8, 2-3; 9, 1-2.10-11; 10, 9.17-20; 13, 32; Hch 5, 15-16; 8, 6-7; 10, 38; 19, 11-12. La profesora Carmen Bernabé, al presentar Lc 8, 1-3 en función catequética, ejemplificadora e identitaria, se plantea dos preguntas cruciales: “¿Eran aquellas primeras discípulas de Jesús mujeres curadas de enfermedades o malos espíritus, o más bien remite a las mujeres de la comunidad de Lucas? ¿Se trata de una situación simplemente personal o de una dimensión comunitaria, social y, por lo tanto, política?. Antes nos ha explicado cómo se entendían en la antigüedad las posesiones: fuerzas extrañas y poderosas identificadas con demonios que podían apoderarse de los seres humanos, enajenándolos del control personal e infligiéndoles males. Pero las ciencias actuales, empezando por la antropología y acabando por la medicina, nos definen la posesión demoníaca como la explicación cultural de ciertos trastornos de conciencia que pueden llegar a ser expresiones estratégicas de una protesta íntima o una rebelión interior. Un ejemplo: la afección (neurastenia=posesión) y el mal (la causa que provocaría la neurastenia=no sentirse valorada para nada). Las mujeres en situación de inferioridad y desprecio en comunidades en las que los varones monopolizan las posesiones de poder son proclives a posesiones de este tipo y a cuadros de histeria. La posesión, pues, como la brujería –pero no es éste el lugar para hablar de ella- se convierte en un síntoma de problemas socioculturales, la expresión de la afección de males más profundos y endémicos. Un hecho comunitario y político. Y salir de este callejón sin salida es la curación.

Además de esta interpretación sociocomunitaria de la sanación, todavía existen otras lecturas sobre los demonios de la Magdalena. Hay quien cree que la subordinada relativa “de la que habían salido siete demonios” es una simple interpolación posterior para poder degradar a uno de los personajes más queridos por Jesús, capaz incluso de desvelar suspicacias y celos por parte de los discípulos varones, como ya veremos. En tercer lugar, hay quien piensa que la liberación de los siete demonios significaría que el alma de la Magdalena como ha hecho cierta tradición. Concebirla como posesa a causa del pecado de la lujuria, del cual se habría arrepentido el resto de su vida, es hacer el juego a quien quiso oponerla a María madre de Jesús, ya en los albores de la Iglesia, para hacer aparecer a esta segunda como virgen e inmaculada a costa de la demonización y el pecado de la otra, como ya veremos.

Y es el autor de Lucas quien inicia este filón. En efecto, en los versículos que comentamos, funde el seguimiento a Jesús por parte de las mujeres con la sanación y el servicio, y este solo dato parte de las mujeres con la sanación y el servicio, y este solo dato ya lo convierte en sospechoso absoluto de restringir la misión de predicar a los “Doce”. A la mujer siempre la reduce a funciones asistenciales. ¿Por qué su interés en relacionar mujer y enfermedad? Para la profesora Bernabé, “se puede afirmar que la enfermedad en Lucas no indica una simple disfunción orgánica, sino algo más global que afecta a la posición y la relación del individuo, en este caso, de las mujeres, con su grupo familiar y social”. La curación significaría, por lo tanto, restablecer amónicamente a la enferma en el papel del que se siente excluida, haciéndola superar su propio horizonte porque, si el lugar ocupado originalmente era la causa de la enfermedad, retornarla allí no habría solucionado nada. En el caso de Susana, Juana o la Magdalena, jesús no las ha devuelto a su antigua vida ni a su núcleo familiar, sino que las ha agraciado con el horizonte de una nueva familia donde pueden sentirse bien y pueden ejercer el papel de predicar la buena nueva, es decir, colaborar en la posibilidad de un mundo nuevo, aunque Lucas nos reduzca estas actividades al mero rol de mecenazgo. Marcos, en cambio, nos dice que las galileas le “seguían y le servían” (Mc 15, 41). “Seguir” equivale a participar plenamente en las actividades del grupo; “servir”, ‘diakoneín’, significa atender, asistir, prestar servicio, ayudar; no se reduce a simples actividades asistenciales. En ningún texto neotestamentario se considera la contribución de las mujeres inferior, menor o diferente a la de los discípulos. Esta participación plena en un grupo heterogéneo de hombres y mujeres, en el cual sobre todo ellas podían ser consideradas marginales desde un punto de vista tradicional judío, ya suponía una curación.

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