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martes, 4 de diciembre de 2012

Conociendo a Jesucristo: Jesús y el gnosticismo



Desde la encomienda de Barcelona, volvemos a recoger información referente al conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Para ello, hemos seleccionado un texto del teólogo protestante J.R. Porter, de su obra “Jesus Christ”, donde nos explica con sencillez un movimiento metafísico de los primeros cristianos  conocido como gnosticismo.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que su lectura os será de interés.

Representación fotográfica del hallazgo de manuscritos en Nag Hammadi

Gnosticismo es el término moderno utilizado para un movimiento religioso importante de los primeros siglos d.C. Había una enorme variedad de formas que colectivamente constituían el principal escollo para el desarrollo de la corriente principal del cristianismo en el período patrístico. Desde como mínimo el siglo II d.C., el gnosticismo era considerado por los principales teólogos cristianos como una herejía altamente peligrosa.

La palabra gnosticismo deriva del griego gnosis (“conocimiento”), de manera que un gnóstico es aquel que se considera que ha alcanzado el verdadero conocimiento. Este concepto constituía una cuestión básica para los diferentes sistemas gnósticos: en primer lugar, un iniciado debía comprender la condición en la que los propios seres humanos se encuentran, y esta comprensión se convertía a su vez en el medio para deshacerse de la condición humana.

En el gnosticismo, la humanidad es semejante a lo divino. Cada persona representa una “chispa divina” aprisionada en un cuerpo material. La salvación es la liberación de este elemento divino, de manera que el individuo puede realizar su naturaleza celestial. La base de esta doctrina es un dualismo radical entre “espíritu” y “materia”, donde el mundo material es un reino del mal del que el individuo necesita escapar. Dado que el mundo está dominado por el mal, los seres creados en él no pueden ser el único y verdadero Dios. Sobre este ser creador o “demiurgo”, y claramente separado de él, debe existir una deidad desconocida y transcendente.

El “conocimiento” al que los gnósticos llegan toma la forma de un elaborado mito de la creación. Éste se relata de forma distinta en los diversos sistemas gnósticos, pero todos ellos hablan de una última figura divina, el Padre, del cual se desprende una genealogía de seres espirituales conocidos como “eones”, los cuales constituyen juntos el pleroma, la “plenitud” de la divinidad. Los eones se alejan progresivamente del centro divino hasta que uno u otro de ellos “cae”, con lo que lleva el espíritu hasta el reino inferior de la materia. Cuando esto ocurre, el mundo visible entra en el ser (en ocasiones a través del trabajo de un demiurgo) al tiempo que los poderes del mal (“arcones”) lo gobiernan.

Según esta concepción, los seres humanos están tan enredados en la materia que sólo pueden realizar su auténtica naturaleza espiritual a través de una revelación sobrenatural. Aquí es donde aparece Jesús en el gnosticismo, al que se considera una figura celestial que descendió para revelar a la humanidad el verdadero y redentor gnosis. No se encarnó en un verdadero ser humano, tal y como la ortodoxia cristiana insiste, porque esto le corrompería con el mundo material. Los “evangelios gnósticos” no relatan nada del ministerio, muerte y resurrección del Jesús hombre, sino que constituyen más bien meditaciones sobre su mensaje y recopilaciones de sus dichos.

Hasta el siglo XX, el conocimiento del gnosticismo estaba limitado básicamente a los relatos hostiles de los Padres de la Iglesia y los extractos que ellos reprodujeron de los textos gnósticos. Esta situación cambió radicalmente con el descubrimiento, en 1945, de gran número de textos gnósticos en Nag Hammadi, en Egipto. Desde entonces, el gnosticismo puede considerarse no sólo como una distorsión de la verdadera fe, sino como un sistema de creencias por derecho propio que era muy atractivo porque parecía ofrecer la esperanza de la liberación de la triste condición humana. Los documentos de Nag Hammadi, entre los que se incluye el Evangelio según Tomás, parecen indicar la existencia de un gnosticismo precristiano que fue extensamente cristianizado aunque reteniendo sus características básicas originales.

El Cristo Redentor

Una cuestión central entre la Iglesia y el gnosticismo era el carácter único de Cristo y la comprensión de su obra redentora. El Jesús gnóstico era sólo uno de la sucesión evolutiva de emanaciones divinas conocidas como “eones” y, desde el momento que no se le veía en su forma humana, no hubo lugar en la filosofía gnóstica para el concepto de salvación a través de la muerte física y la resurrección de Jesús. Por el contrario, para la Iglesia, la totalidad de la pleroma divina estaba contenida en Jesús (Col 1, 19; 2, 9); a través de él el universo se hizo ser (Jn 1, 3), el único mediador entre Dios y la humanidad (1 Tim 2, 5), “el que fue entregado por nuestros delitos y resucitado por nuestra justificación” (Rom 4, 25).   

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