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viernes, 22 de febrero de 2013

Conociendo a Jesucristo



El Jesús místico

Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el apartado dedicado a indagar un poco más la figura de Jesús de Nazaret. Por ello retomamos nuevamente un nuevo escrito extraído de su libro “Jesus Christ”, realizado por el teólogo protestante J.R. Porter, donde nos facilitará la visión sobre el Jesús místico, que cumple con las profecías recogidas en el Antiguo Testamento.

Desde Temple Barcelona, estamos convencidos de que disfrutaréis con su lectura.

Él les dijo: “Estaba viendo a Satanás caer como un rayo” (Lc 10, 18)

Describir a alguien como 'místico' implica que éste disfruta con regularidad de una experiencia religiosa individual de peculiar intensidad, una comunión íntima con el ser divino. Jesús parece haber tenido conciencia de una relación especialmente íntima con el ser divino. Jesús parece haber tenido conciencia de una relación especialmente íntima con Dios, la cual según sugieren los evangelios se expresó y confirmó a través de su práctica de oración.

La forma habitual de Jesús de rezar era esencialmente privada y personal: de vez en cuando podía participar de las sesiones habituales de oración en el Templo (tal y como se menciona en Act 3, 1), pero los evangelios no lo confirman explícitamente. Solía rezar solo en lugares aislados, sobre todo montañas (Mc 1, 35; Mc 6, 46; Lc 4, 42; 5, 16; 6, 12; 9, 18; 9, 28; .-11, 1). Las repetidas referencias de los evangelios a este tipo de actos de devoción privada demuestran la importancia que se les daba para entender bien a Jesús. Según la tradición cristiana, experiencias intensas y dramáticas como la oración de Jesús en Getsemaní (relatada con gran viveza en Lucas 22, 42) fueron una característica habitual de su vida en la Tierra (Heb 5, 7).

Una característica de la experiencia mística consiste en tener visiones del mundo sobrenatural, la revelación de secretos divinos. En los evangelios, Jesús relata una de esas visiones, en la que Satanás cae del cielo como un rayo de luz (Lc 10, 18), aunque este pasaje pudo estar influido por los mitos judíos que a su vez estaban inspirados en Isaías 14, 12-15.

Como mínimo un especialista ha afirmado recientemente que la experiencia espiritual de Jesús puede relacionarse con una tradición de misticismo judío. Algunos maestros judíos de aquella época entraban en un estado de trance en el que afirmaban que “ascendían al Cielo” ante la presencia de Dios. Parece probable que Pablo tuviera una experiencia de este tipo (2 Cor 12, 2-4), aunque la escena más antigua de una ascensión mística a los Cielos se encuentra en un texto manuscrito sobre la figura de Enoc. En éste, Enoc asciende hasta el trono de Dios, donde se transforma toda su existencia y después vuelve a la Tierra como un mensajero celestial.

Este tipo de tradiciones podrían muy bien estar detrás de la descripción de la persona y misión de Jesús al inicio del Apocalipsis (Ap 1, 1-16) y existen grandes paralelismos con la Transfiguración. Un pasaje del Cuarto Evangelio (Jn 3, 31-33) puede interpretarse como una declaración de que el evangelio de Jesús era verdad ya que contenía lo que él había visto y oído en el Cielo. Otros dichos de Jesús en el Evangelio según Juan se han interpretado como una mirada en la propia conciencia de Jesús de sí mismo como un ascendido místico a los Cielos (Jn 3, 13; 6, 42; 8, 23).

Jesús y el Espíritu Santo

El Nuevo Testamento retrata con toda claridad a Jesús como a alguien dotado del Espíritu de Dios. Los evangelios sinópticos contienen comparativamente pocas referencias al Espíritu durante la vida terrenal de Jesús, pero éstas coinciden con momentos importantes de su carrera, mientras que en otras partes del Nuevo Testamento él es la fuente del presente del Espíritu a los creyentes (Gál 4, 6).

En las Escrituras hebreas, el Espíritu Santo es principalmente una fuerza sobrenatural que da poder a las personas para realizar actos heroicos o para anunciar hechos proféticos. En los evangelios existen claras evidencias de este concepto. Así, Jesús llega a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo (Lc 4, 14). Después de su bautismo va al desierto (Mc 1, 12), lo que recuerda la manera en que el espíritu transportó físicamente a profetas como Elías o Ezequiel (1 Re 18, 22; 2 Re 2, 16; Ez 3, 14; 11, 1; 37, 1; 43, 5). Habitualmente, esta posición del Espíritu era sólo temporal y parcial, pero en textos posteriores se veía a los profetas cada vez más como los portadores permanentes del Espíritu (Is 11, 2; 61, 1). En gran parte de la filosofía judía, el futuro Mesías era representado de forma similar como el portador del Espíritu Santo.

A Jesús se le describe como la figura que cumple aquellos pasajes de las Escrituras que representan al profeta como el portador del Espíritu (Mt 12, 18-21; Lc 4, 18-19). El descenso del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús constituye una dotación permanente (Jn 1, 32-33). Jesús poseía el Espíritu de una manera única y completa, y esto era así como resultado de su relación personal con el Padre, el cual le concedió el Espíritu “sin medida” (Jn 3, 34) –completa y no parcialmente, como fue el caso de otras figuras proféticas anteriores-. Su posesión del Espíritu es idéntica que su filiación divina (Jn 3, 35).

Todo el ministerio y prédica de Jesús quedaron avalados por el poder del Espíritu Santo (Mt 12, 28), y aquellos que no supieron reconocer al Espíritu en su obra y blasfemaron contra él se arriesgaron a la condenación eterna (Mc 3, 28-30 y paralelos). 



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