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viernes, 14 de marzo de 2014

Las Bienaventuranzas

Desde la Encomienda de Barcelona retornamos con el apartado dedicado a analizar del “Sermón de la Montaña” del evangelio según San Mateo para que siguiendo la reflexión del maestro espiritual y filósofo, Mr. Emmet Fox, podamos conocerlo mejor. Por este motivo, hemos seleccionado el siguiente texto de su libro “The Sermon of the Mount”, publicado allá por el año 1934.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos que su contenido os ayudará.


Retrato de Emmet Fox

5. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia.

He aquí un resumen conciso de la Ley de la Vida, que Jesús desarrolla más adelante en el Sermón (MATEO 7, 1-5). Esta Bienaventuranza no requiere mucho comentario, porque las palabras empleadas comportan el sentido habitual que hoy se les da en la vida diaria, y la frase es tan clara y obvia en su significado como la ley expresada es sencilla e inflexible en su acción.

El punto que necesita tener en cuenta un científico cristiano que quiere aplicar científicamente su religión es que, como siempre, la aplicación vital del principio formulado en esta Bienaventuranza ha de hacerse en el campo del pensamiento. Lo que en esencia importa es que seamos mentalmente misericordiosos. Las buenas acciones si van acompañadas de pensamientos no bondadosos, son pura hipocresía, dictadas por el temor, o el deseo de vanagloria, o algún motivo semejante. Sol falsificaciones que no dan provecho al dador ni al que las recibe. Por otra parte, un pensamiento bueno hacia nuestro prójimo lo bendice espiritual, mental y materialmente, y nos bendice a nosotros al mismo tiempo. Seamos misericordiosos al juzgar a nuestro prójimo, porque lo cierto es que todos somos uno, y cuanto mayor parezca ser su error, tanto más grande es nuestro deber de ayudarle con el pensamiento adecuado, facilitándole así la manera de liberarse. Tan pronto comprendamos el poder del Pensamiento Espiritual –la Verdad del Cristo- adquirimos una responsabilidad que otros no tienen, y que no podemos evadir. Cuando tengamos evidencia de la falta de nuestro prójimo, recordemos que el Cristo que está en él clama por el socorro de nosotros, que estamos iluminados; así que, seamos misericordiosos.

Porque en realidad y en verdad todos somos uno; formamos parte del manto viviente de Dios. El mismo trato que hoy les damos a otros, tarde o temprano lo recibiremos; igualmente recibiremos la misma misericordia, en el momento en que la necesitemos, de aquéllos que están más adelantados en el camino que nosotros. Por encima de todo hay una verdad, y es que, liberando a otros del peso de su condena, hacemos posible el absolvernos de nuestra propia condena.


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