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lunes, 17 de octubre de 2016

La búsqueda por el Camino

En la pasada festividad del Pilar, patrona de España, curiosamente al igual que es patrón el apóstol Santiago, pude concluir la aventura del Camino de Santiago, llegando hasta la misma catedral donde reposan los huesos del primer apóstol que bebió del cáliz de la Última Cena.
Retomé el camino en el municipio leonés de Villafranca del Bierzo, pernoctando en los albergues de las villas de O Cebreiro, Triacastela, Barbadelo, Gonzar, estas en la provincia de Lugo; Melide, Pedrouzo (Arca do Pino) y Santiago de Compostela, estas últimas en la provincia de La Coruña.
Recorrí en siete días más de 170 kilómetros, que parecían no acabarse nunca. Y este último matiz es importante, porque mi deseo es que hubieran sido jornadas rodeadas de cierto misticismo; ya saben: sensaciones espirituales cercanas a Dios. Pero la realidad fue otra bien distinta. Entre las subidas y las bajadas, que iban alternándose por el camino, las articulaciones de la rodilla izquierda comenzaron a molestarme, alejándose de mi lento caminar las ansiadas visiones de las que esperaba disfrutar. Incapaz de sentir otra cosa que no fuera el dolor articular, me pareció que mi alma se había ido de vacaciones, dejándome en compañía de las ganas por acabar dignamente los trayectos.
Yo quería encontrarme con aquel discípulo de Jesucristo para que me ayudase a vivir la grandeza de Dios. Lo cierto, es que de nada sirvieron los húmedos paisajes verdosos, que desprendían una mezcolanza de agradables fragancias cuando perfumaban mi torpe peregrinar. Ni tampoco ayudó la calidez del sol que me acompañó durante días evitando que mi rodilla débil se entumeciera y me fuese imposible caminar. También fueron inútiles los ánimos que me daban las buenas personas, con las que me rodeé durante la sufrida estancia, para hallar el soñado contacto con el apóstol Santiago. Nada… por aquel camino no transitó conmigo ningún vestigio de presencia divina.
Sobre las 13 horas del pasado 12 de octubre, atravesé el umbral de la puerta de los peregrinos. Subí cojeando, cargado con mi mochila, con cuidado de no caerme, por la escalera antigua que llevaba al abrazo con Santiago. Una vez arriba, le puse la mano derecha en la vieira, que llevaba en su espalda, y tras pedirle, brevemente, por todos mis seres queridos, bajé a la planta de la catedral por el otro extremo de la escalera, repitiéndome para mis adentros: ¡Por fin lo encontré!
. . .
Oración al peregrino:
Apóstol Santiago, elegido entre los primeros, tu fuiste el primero en beber el cáliz del Señor, y eres el gran protector de los peregrinos; haznos fuertes en la fe y alegres en la esperanza, en nuestro caminar de peregrinos siguiendo el camino de la vida cristiana y aliéntanos para que, finalmente, alcancemos la gloria de Dios Padre. Amén.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Sueñen

Me ha llevado algún tiempo el poderme relajar, en no dejarme llevar por la ira que sentía al ver que los sueños que me habían venido acompañando, desde que me invistieron como caballero templario, allá por el año 2005, parecía que se desvanecían. Guerras internas movidas por el ego de sentirse "diferente" al resto, fueron aniquilando la esperanza de muchos hermanos, que nos veíamos desamparados ante tanto delirio de grandeza.
Después de haber soportado un dolor que me abrasaba las entrañas, acabé agarrando mi manto y marché con él cabizbajo como si se hubiera perdido Tierra Santa, para acabar plegándolo y depositarlo con cuidado en un rincón del armario. Ahí, el blanco manto estuvo durante meses rodeado por las tinieblas, esperando a que lo volvieran a sacar para poder relucir con la luz.
Fue pasando el tiempo y me vino a la mente la siguiente pregunta: ¿Qué sería una vida sin sueños? Entonces, comencé a tener miedo. Entendí que un hombre sin sueños es imposible que disfrute de la vida. , me dije. Incluso el espíritu de Lucifer, que perdió la fe tras ser apartado de la luz, sueña con derrotar a Dios, a su propio creador. ¿Y Dios, también sueña?, me cuestioné. Debe ser difícil soñar cuando se vive en una realidad infinita, máxime, teniendo en cuenta que como Creador es capaz de hacer que todo se cumpla a su antojo. ¡Dios no sueña, actúa!, exclamé. Para soñar ya están las criaturas que tienen la ilusión de cumplir sus deseos, aunque para tal propósito sean otros los que actúen.
Calderón de la Barca, hace siglos, abordó con acierto este tema, lo explicó magistralmente en un soliloquio, donde concluye en boca del protagonista Segismundo, diciendo: que la vida es sueño; y los sueños, sueños son. Pero al igual que los sueños circulan vivos por los rincones de la mente, también saben morirse, la mayor de las veces, de pena por no verse cumplidos. Así, no es de extrañar que existan gentes que por no actuar a tiempo, constaten cómo los sueños acabaron sepultados. También eso lo hizo patente un genio atormentado del romanticismo, Bécquer, que en una de sus rimas, afirmó al final de la misma: ¡Oh, qué amor tan callado, el de la muerte!; ¡Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!.
Por todo ello, no espere a ver cómo sus sueños se desvanecen por dejadez y actúe para que no acaben siendo solo sueños. ¿Acaso se quedó quieto Jesús de Nazaret cuando fue introducido en el Sepulcro tras su muerte en la cruz? Jesucristo no se conformó con su suerte y no permaneció en su tumba, sino que resucitó de entre los muertos para que todo cuanto dijo, hizo, y prometió a sus discípulos no quedara en un simple sueño. ¡Dios no sueña, actúa!
Por eso les invito a que no dejen de soñar, a que cojan sus mantos y dirijan una oración al Señor, dándole las gracias por haberles hecho soñadores.

Por +Ramón Villar Reyes