Desde luego,
la redada alcanzó un éxito total. La noche del 13 de octubre todos los
templarios de Francia estaban presos en nombre del rey y bajo la custodia de
sus oficiales. El plan diseñado por Guillermo de Nogaret había funcionado a la
perfección. Los cargos de los que se les acusaba fueron cayendo uno a uno sobre
ellos como losas. Pueden sintetizarse en los diez siguientes:
1. Obligar a
los novicios a abjurar de Dios, Cristo, la Virgen y los Santos como requisito
para ingresar en la Orden.
2. Realizar actos sacrílegos sobre la cruz o la imagen de Cristo.
3. Practicar una ceremonia infame de recepción de los neófitos con besos en la boca, ombligo y nalgas.
4. No consagrar las hostias por los sacerdotes templarios y no creer en los sacramentos; omitir en la misa las palabras de consagración.
5. Adorar a ídolos con la forma de un gato y de una cabeza humana.
6. Practicar actos de sodomía; dar besos a los novicios en las partes pudendas.
7. Arrogarse por parte del maestre y de otros oficiales la facultad de perdonar pecados.
8. Celebrar ceremonias nocturnas con ritos secretos.
9. Quedarse con las riquezas mediante fraude y abuso de poder.
10. Tener orgullo, avaricia y crueldad, realizar ceremonias degradantes para los iniciados y proferir blasfemias.
2. Realizar actos sacrílegos sobre la cruz o la imagen de Cristo.
3. Practicar una ceremonia infame de recepción de los neófitos con besos en la boca, ombligo y nalgas.
4. No consagrar las hostias por los sacerdotes templarios y no creer en los sacramentos; omitir en la misa las palabras de consagración.
5. Adorar a ídolos con la forma de un gato y de una cabeza humana.
6. Practicar actos de sodomía; dar besos a los novicios en las partes pudendas.
7. Arrogarse por parte del maestre y de otros oficiales la facultad de perdonar pecados.
8. Celebrar ceremonias nocturnas con ritos secretos.
9. Quedarse con las riquezas mediante fraude y abuso de poder.
10. Tener orgullo, avaricia y crueldad, realizar ceremonias degradantes para los iniciados y proferir blasfemias.
Con los
templarios encarcelados se hacía necesario actuar con diligencia, aunque Felipe
IV sabía que nadie estaba dispuesto a mover un dedo en su defensa. La leyenda
de la extraordinaria riqueza del Temple, su orgullo rayano en la altanería, sus
abundantes posesiones en toda Europa, su autonomía dentro de la Iglesia, sus
aires de suficiencia e independencia en Oriente y el secretismo que lo rodeaba
habían provocado en todos los estamentos de la sociedad un rechazo general a
los templarios.
Al día
siguiente de la detención masiva, Nogaret convocó a un grupo de profesores de
la Universidad de París y les explicó con detalle las acusaciones que pesaban
sobre la Orden. Había allí algunos teólogos y expertos en leyes; ninguno, al
parecer, mostró una opinión contraria a la decisión real.
El 16 de
octubre, conforme iban llegando a París noticias del éxito de la operación,
Felipe IV puso en marcha una gran ofensiva diplomática dirigida a convencer a
los reyes de la cristiandad europea para que hicieran lo mismo y arrestaran a
los templarios de sus respectivos reinos. Jaime II de Aragón lo rechazó
contestando que los templarios “habían vivido en forma digna de encomio como
hombres religiosos…Han sido siempre fieles a nuestro servicio, reprimiendo a
los infieles”.
Poco después
comenzaron los interrogatorios. El primero en ser preguntado fue el maestre,
que seguía preso en París. La primera sesión tuvo lugar el 24 de octubre, y
continuó al día siguiente, ahora en presencia de profesores de la Universidad
de París, a la que Felipe IV quería presentar como garante de todo el
procedimiento.
¿Sabía el Papa
Clemente V cuáles eran las intenciones del rey de Francia? Si las conocía, lo
supo disimular con habilidad, pues, presuntamente muy ofendido, el 27 de
octubre dirigió una carta al soberano en la que le mostraba su indignación por
el arresto de los templarios, a quienes el papado seguía considerando el
verdadero ejército de la Iglesia. No obstante, salvo la protesta formal, el
papa nada más hizo de momento para paliar las detenciones.
La sede del
Temple en París y las del resto de encomiendas en Francia fueron registradas
minuciosamente, pero no apareció en ninguna de ellas ese fabuloso tesoro que se
decía que poseían, ni los ídolos satánicos, ni ningún documento comprometedor.
Felipe IV sintió por ello una enorme frustración; estaba convencido, o al menos
eso parece deducirse de su actuación, de que los templarios guardaban en
cámaras ocultas riquezas sin cuento precedentes de Tierra Santa. Pero la
realidad era bien distinta. Las rentas de las encomiendas de Europa se
destinaban a dotar de hombres y medios a los castillos y conventos templarios
en Oriente, de modo que cuanto conseguían recaudar en Occidente iba destinado a
sostener sus actividades en Oriente. Además, a principios del siglo XIV la
regresión económica había afectado a toda Europa, y los templarios también lo
habían notado en sus balances económicos y en un notable descenso de sus
ingresos.
El Papa
necesitaba alguna prueba contundente par apoyar al rey de Francia sin parecer
sospechoso de connivencia, y Felipe IV la consiguió de manera un tanto
fraudulenta. Un oscuro delincuente llamado Esquiú de Floyran, que había sido
prior de Montfaucon, en el Périgueux, estaba preso en espera de la pena de
muerte a que había sido condenado por haber asesinado al maestre provincial,
que lo había destituido de su cargo de prior y no había querido reponerlo en
él. Floyran huyó a Aragón y pretendió vender su delación al rey Jaime II, pero
éste no aceptó. Entonces Floyran regresó a Francia, y ahí se urdió un plan.
Compartía celda en la prisión de la ciudad de Agen con un templario renegado
que le confesó los delitos cometidos por la Orden del Temple cuando él era
miembro de la misma. Floyran reveló a sus guardianes las confesiones del
templario a cambio del perdón y de una suma de dinero, y acusó a los templarios
de herejía. Guillermo de Nogaret, que dirigía todo el procedimiento en nombre
del rey y que sabía lo que hacía porque era jurista, necesitaba al menos un
testigo de cargo, y lo encontró en Esquiú de Floyran. Para la Inquisición esa
denuncia era suficiente, y además, el gran inquisidor de Francia, Guillermo de
París, era el confesor del rey desde 1305. Ya había una acusación formal de un
testigo. Ahora los templarios debían demostrar su inocencia.
Desde luego,
este asunto parece un montaje burdo y simple de los agentes del rey de Francia,
pero fue suficiente para que el Papa, instalado en Aviñón, considerara como
justificado el arresto. Con este informe del rey en la mano, Clemente V publicó
el 22 de noviembre de 1307 la bula Pastoralis praeminentiae, en la que elogiaba
a Felipe IV, al que denominaba “defensor de la fe y verdadero hijo de la
Iglesia”, reconocía que las acusaciones contra los templarios eran veraces,
ordenaba que fuera investigada la Orden del Temple en toda la cristiandad y que
las autoridades civiles cofiscaran todos sus bienes hasta que pudiera hacerse
cargo de ellos la Santa Sede.
Tan sólo
cuatro días después enviaba desde Aviñón una delegación formada por tres
cardenales para que interrogaran personalmente a Jacques de Molay. En la
sesión, que tuvo lugar en París, el maestre defendió la inocencia de su orden.
Al rey de
Francia le interesaba que todo este asunto se complicara, a fin de poder
maniobrar en la confusión. Por todas partes surgieron acusaciones, como la que
recayó sobre el obispo de Troyes, a quien un individuo llamado Noffo Dei –un
nombre, por cierto, bastante sospechoso- acusó de herejía, sin duda para evitar
que el proceso contra el Temple cayera en manos del papado; pero enseguida se
demostró que este hombre había mentido y fue ahorcado. Felipe IV estaba
dispuesto a que la persecución encarnizada que se había iniciado contra los
templarios acabara definitivamente con la Orden. Conseguida la acusación
mediante testigos, aunque fueran tan sospechosos que no parece caber duda de
que estaban preparados o comprados por los agentes de la corona, los templarios
comenzaron a ser torturados a fines de 1307. El maestre del Temple tenía cerca
de setenta años y ante las torturas confesó todos los delitos imputados, y con
él los demás altos dignatarios de la Orden. Molay se acusó de haber escupido
sobre la cruz, de haber renegado de Cristo, de haber practicado la sodomía y de
haber adorado a ídolos. Las torturas causaron mella en los caballeros; de los
138 templarios que fueron sometidos a interrogatorio en París, se supone que
bajo tortura o amenaza de ella, 134 confesaron haber realizado las prácticas de
que se les acusaba y tan sólo cuatro las negaron.
Conforme iban
llegando a las encomiendas de la Orden fuera de Francia las noticias de lo que
estaba sucediendo en París y en ese reino, la estupefacción de los caballeros
templarios iba en aumento. El Papa tuvo que reaccionar; en mayo de 1308 el rey
de Francia convocó una reunión de los Estados Generales en la ciudad de Tours,
y unos días después, entre el 26 y el 29 del mismo mes, se entrevistaron el rey
y el Papa en Poitiers. Allí se decidió que fuera el papado quien tomara el
control del proceso. El rey aceptó colocar a los templarios bajo custodia del
pontífice. Entretanto, el maestre Molay fue trasladado desde París al castillo
de Chinon para proseguir los interrogatorios.
Fruto de la
nueva situación fueron las bulas Faciens misericordiam y Regnans in coelis,
emitidas el 12 de agosto de 1308; en ellas se instaba a los obispos de todas
las diócesis de la cristiandad a crear comisiones interrogatorias integradas
por dos canónicos, dos dominicos, dos franciscanos y el propio obispo para
interpelar a los templarios. La respuesta de los reinos cristianos sobre los
caballeros de Cristo fue muy desigual. Portugal y Castilla no reaccionaron
hasta que se promulgaron esas bulas; en Chipre, donde radicaba la casa central
de la Orden, se negaron en principio a entregarse, pero al final claudicaron
sin resistencia 83 caballeros y 35 sargentos; en Aragón hubo una defensa armada
de los castillos, donde resistieron hasta fines de la primavera de 1309; en Flandes
la orden de detención del 13 de noviembre no causó ningún efecto y tuvo que ser
repetida el 26 de marzo de 1308; en Alemania comenzaron a ser detenidos en el
verano de 1308.
Los
interrogatorios se intensificaron a mediados de 1308. Algunos templarios, al
verse ahora bajo la custodia de la Iglesia, decidieron retractarse de las
confesiones que habían realizado bajo tortura. Eso fue todavía mucho peor para
ellos, pues la Inquisición condenaba a la hoguera a los relapsos.
Como resultado
de los interrogatorios llevados a cabo entre mediados de 1308 y octubre de
1309, el Papa Clemente V, que ese mismo año se había instalado en Aviñón,
recibió un informe de doscientos folios, una copia del cual quedó en París.
Para consultar ese expediente era necesario un permiso especial del Papa.
Todos los
interrogatorios se habían basado en un cuestionario preparado al efecto, cuyos
principales puntos eran los siguientes:
- Primeramente
que en su admisión en la Orden y a veces después cuando encontraban ocasión
para ello renegaban de Cristo Jesús o del Crucificado y también de Dios, la
Virgen y de todos los santos y santas de Dios, inducidos o exhortados a ello
por los mismos que los recibían en la Orden.
- Ítem que ordinariamente los freires practicaban lo mismo.
- Ítem que la mayor parte de ellos lo hacían.
- Ítem que también después de su recepción algunas veces.
- Ítem que aquellos que los recibían decían y aseveraban a los nuevos admitidos que Cristo no era verdadero Dios y lo mismo decían de Jesús.
- Ítem que decían a los nuevos admitidos que Cristo era falso profeta.
- Ítem que decían que Cristo no había sufrido la Pasión ni había sido crucificado por la redención del género humano sino por sus propios crímenes.
- Ítem que ni admitentes ni admitidos tenían la esperanza de alcanzar la salvación de Cristo, y esto o algo parecido les decían a los aspirantes.
- Ítem que obligaban a los aspirantes a escupir sobre la cruz o sobre la señal o escultura de la cruz y sobre la imagen de Cristo, aunque los candidatos a veces escupían junto a la cruz.
- Ítem que los obligaban a pisotear la misma cruz.
- Ítem que ordinariamente los freires practicaban lo mismo.
- Ítem que la mayor parte de ellos lo hacían.
- Ítem que también después de su recepción algunas veces.
- Ítem que aquellos que los recibían decían y aseveraban a los nuevos admitidos que Cristo no era verdadero Dios y lo mismo decían de Jesús.
- Ítem que decían a los nuevos admitidos que Cristo era falso profeta.
- Ítem que decían que Cristo no había sufrido la Pasión ni había sido crucificado por la redención del género humano sino por sus propios crímenes.
- Ítem que ni admitentes ni admitidos tenían la esperanza de alcanzar la salvación de Cristo, y esto o algo parecido les decían a los aspirantes.
- Ítem que obligaban a los aspirantes a escupir sobre la cruz o sobre la señal o escultura de la cruz y sobre la imagen de Cristo, aunque los candidatos a veces escupían junto a la cruz.
- Ítem que los obligaban a pisotear la misma cruz.
Una de las declaraciones más singulares fue la que el 13 de mayo de 1310 hizo el sargento templario Aymery de Villiers-le-Duc, quien, asustado por lo que estaba pasando y por las torturas, sentenció: “Mataría al mismo Dios si me lo pidieran”.
Desde luego,
el informe que leyó Clemente V era demoledor para los templarios, y en
consecuencia emitió el 12 de noviembre la orden de arrestar a todos los
miembros del Temple en todas partes e iniciar un proceso general cuya fase de
interrogatorios duró hasta el 26 de mayo de 1311. El 22 de noviembre emitía
desde Aviñón la orden a todos los soberanos cristianos de arrestar a los
caballeros templarios de las encomiendas de cada uno de sus reinos.
Jacques de
Molay volvió a ser interrogado por la comisión papal el 26 de noviembre de
1309. El maestre debía de estar cansado, confuso y con su espíritu muy
quebrantado tras dos años de prisión, interrogatorios varios y torturas; con
más de setenta años, su ánimo se vino abajo y declaró que era ya incapaz de
defender al Temple. A partir de ese momento, centenares de templarios fueron
quemados en hogueras; 36 de ellos fueron ejecutados en París a fines de 1309, y
en el resto de la cristiandad miles de caballeros y sargentos fueron torturados
y ejecutados una vez que confesaron ser culpables de los delitos imputados.
La persecución
total que había encabezado el rey de Francia estaba dando sus frutos. Felipe IV
se había autoproclamado “Guardián de la cristiandad de Occidente” y bajo ese
título se consideraba con derecho a justificar cuanto estaba haciendo. Sus
problemas económicos no estaban resueltos, pues el presunto tesoro templario no
aparecía pese a las torturas y a las ejecuciones, y tal vez por ello acusó al
Temple de haber propiciado las revueltas populares.
Poco a poco
pero de manera inexorable, las acusaciones contra los templarios iban tomando
cuerpo y forma. El 14 de marzo de 1310 se plantearon 127 artículos, que se
incluyeron en el enorme expediente contra la Orden, que constituían el fruto
del cuestionario general.
Publicadas las acusaciones, el Papa emitió la bula Alma Mater, conocida el 4 de abril, en la que explicaba las razones del procesamiento. Entonces, y tal vez como reacción, se produjo un hecho novedoso; quinientos cincuenta templarios pidieron declarar en defensa de la Orden. En mayo ya eran más de medio centenar los templarios que, retractándose de declaraciones anteriores en las que se habían inculpado, mostraban su rechazo a la condena, se proclamaban inocentes y aseguraban que habían admitido su culpa a causa de las torturas. Pero ya no había marcha atrás; el arzobispo de Sens les contestó con una dureza extrema. El 11 de mayo condenó a la hoguera a cincuenta y cuatro templarios por relapsos, por haberse retractado de su primera inculpación.
Las matanzas causaron cierto estupor, pese a la inquina que la sociedad profesaba al Temple. El Papa procuró que aquella situación de vorágine no se escapara de sus manos y convocó un concilio en Vienne para octubre de 1310; pero ante el retraso de la llegada de los informes de las distintas comisiones interrogatorias, tuvo que retratarse al año siguiente. Sólo nueve templarios solicitaron defenderse ante el tribunal. El Papa ordenó su encarcelamiento. Los que se negaban a confesar eran condenados a muerte, los que confesaban sus culpas solían ser perdonados y liberados, pero si se retractaban eran condenados por relapsos.
Por fin el 3
de abril de 1311, Clemente V emitía un edicto en el que proclamaba la
suspensión de la Orden del Temple. Pocos días después, el 19 de abril, los
comisarios pontificios reunidos en París llamaban a testificar al hermano Pedro
de la Palud, miembro de la Orden de Predicadores de la diócesis de Lyon; parte
de su declaración fue la siguiente:
“He oído decir
que al principio, cuando la Orden de los templarios estaba empezando, había dos
caballeros que montaban en el mismo caballo durante un combate en ultramar: el
que iba delante se encomendó a Jesucristo y luego resultó herido en la batalla.
El otro, el que cabalgaba detrás, y que, según se cree, era el diablo que había
tomado forma humana, dijo que él se encomendaba a quien mejor le pudiera
ayudar. Y como no había resultado herido en el combate, criticaba al otro por
haberse encomendado a Jesucristo, y añadió que, si depositaba su confianza en
él, la Orden crecería y se enriquecería. Y el testigo ha oído decir, no sabe a
quien, que el primer caballero, el que había resultado herido, se dejó seducir
por aquel diablo con forma humana, y así nacieron los susodichos errores.
Declara haber visto con frecuencia la imagen de dos hombres con barba montando
un único caballo, y cree que se trata de una representación pictórica de
aquellos dos.”
En Francia la
persecución fue terrible, pero en otros reinos de la Europa cristiana se
produjo de manera menos virulenta. Prueba de ello es la capitulación de los
templarios de la encomienda de Monzón, la más importante del reino de Aragón.
El de Monzón era el único castillo que resistía el asedio de las tropas del rey
Jaime II. Estaba defendido por su comendador, Berenguer de Bellvis, y por
varios caballeros templarios. Capitularon el 24 de mayo de 1309, pero lo
hicieron con las siguientes condiciones:
- Se les
concedía el derecho a que cuatro o cinco frailes fueran ante el Papa para
tratar sus derechos.
- Conservarían sus joyas y bienes inmuebles.
- Entregarían las armas al rey si lo decía el Papa, pero si la Orden siguiera, las recuperarían.
- Conservarían las mulas para cabalgar y cada comendador mantendría dos criados.
- El rey de Aragón intercedería ante el Papa para que no sufrieran tormento.
- Se perdonaría a los seglares del castillo.
- Podrían vivir en los centros donde hubiera conventos.
- Conservarían sus joyas y bienes inmuebles.
- Entregarían las armas al rey si lo decía el Papa, pero si la Orden siguiera, las recuperarían.
- Conservarían las mulas para cabalgar y cada comendador mantendría dos criados.
- El rey de Aragón intercedería ante el Papa para que no sufrieran tormento.
- Se perdonaría a los seglares del castillo.
- Podrían vivir en los centros donde hubiera conventos.
Desde luego,
las condiciones eran muy favorables, y aún mejoraron más tarde, pues en 1311,
tras la disolución, recibieron una renta de entre quinientos y tres mil sueldos
por templario, y el 7 de octubre de 1312 el concilio de Tarragona absolvió a
los templarios de la Corona de Aragón al considerarlos inocentes. Comoquiera
que la Orden había sido suprimida, quedaron adscritos a sus obispos, que se
encargaron de la custodia de los bienes incautados, entre los que había libros,
objetos de culto y relicarios. No obstante, Jaime II dilató el proceso cuanto
pudo porque también aspiraba a quedarse con parte de las propiedades
templarias. Todos los templarios de Aragón negaron las acusaciones, pese a que
el Papa ordenó torturarlos. Una vez disuelta la Orden, los templarios de las
encomiendas aragonesas se distribuyeron por los conventos del Hospital en
Aragón, permaneciendo en sus antiguos distritos.
En el reino de
Castilla se incoaron procesos en Medina del Campo y Salamanca entre 1310 y
1312; como en Aragón, también fueron declarados inocentes y se les dejó libres.
En Inglaterra, Eduardo II rechazó las acusaciones contra el Temple, no quiso capturarlos y retrasó cuanto pudo toda acción contra ellos.
Lo cierto es
que en todas partes fueron absueltos, excepto en Francia. En este reino,
testigos de poco fiar, pruebas poco seguras pero aceptadas sin más y
declaraciones sin contrastar pero contundentes se acumulaban en contra del
Temple. El 5 de junio el Papa tenía ya todos los informes y pudo proceder al
cierre de la comisión y a la convocatoria del concilio aplazado en Vienne, que
se inauguró el 16 de octubre de 1311, tras un año de retraso, con presencia de
Clemente V. Algunos hicieron correr la voz de que en los bosques de los
alrededores de la ciudad había ocultos entre mil quinientos y dos mil
templarios prestos a intervenir para defender a la Orden. Sólo siete se
presentaron en el concilio. Lo tenían muy difícil ante la manipulación de las
pruebas, la defensa de los templarios había cometido muchos errores.
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